Confusiones
| 27 març 2012Mi historia es muy simple. Soy una chica común, normal, de las que siempre ves en la calle. La que pasa por la esquina y mira los carros pasar; estudia cuando quiere, va al cine cuando quiere y de vez en cuando ayuda a un anciano a pasar la calle.
Asisto como todas las mañanas a un colegio cercano de mi casa, así que camino poco, y es el único ejercicio que hago. Ése, y caminar en círculos cuando mi mamá demora en bajar para acompañarla a hacer las compras de la tarde. Y fue ayer, precisamente ayer por la tarde, mientras la esperaba que me puse a hablar con Rubén. Él es vecino mío desde hace dos años, pero apenas ayer lo noté. No sé si fue por su camisa azul o por sus aires de buena persona, el hecho es que me saludó como si me conociese de toda la vida y de uno u otro modo terminamos caminando en círculos esperando que mi mamá bajara los escalones.
Mi mamá llegó desorientada, aturdida y corriendo, ya íbamos tarde y debíamos apurarnos si queríamos alcanzar el cierre de la tarde. Me agarró fuertemente del brazo y me incitaba a apurar el paso. Yo aún sostenía mi conversa con Rubén, que iba desde fútbol hasta maneras fáciles y prácticas de empacar brócoli en una nevera recién lavada. Mi mamá nunca se percató que Rubén nos acompañó todo el tiempo y hasta nos ayudó cargando las bolsas de vuelta al piso. Al llegar le entregó 2 euros a Rubén en forma de propina y lo despidió como cuando uno despide al niño del domicilio.
Natalia Donado