Noche en la jungla donde crecimos.
juliavila | 22 maig 2017
La jungla y todas sus entrañas habían caído en la oscuridad de la noche. No había nadie capaz de escapar a aquel laberinto natural en una noche sin luna, cuando había demasiadas estrellas como para poder fiarte de alguna. Sin embargo, ellos no tenían la intención de escapar. En algún lugar demasiado remoto como para figurar en ningún mapa, dos caminantes yacían al lado de un fuego mirando esas estrellas. Una hoguera era la manera más fácil de atraer a cualquier posible predador, pero estaban a salvo, no podía ser de otra manera en la jungla donde se habían criado.
Ella miraba los astros, apoyando la cabeza en su jersey de lana rosa, mientras acariciaba el pelaje del enorme lobo blanco estirado a su lado, decidía cuál de esas estrellas deberían explorar. Esa mañana, cuando la luz del sol iluminaba aún la jungla, ese enorme lobo blanco había aparecido de entre la maleza, y los había mirado con esos también enormes ojos azules que la habían hecho recordar el océano Sur dónde habían estado el año pasado. Y ella no había opuesto ninguna resistencia cuando el lobo los empezó a seguir por el sendero. No sabía cuándo se iba a quedar con ellos, los lobos salvajes eran muy impredecibles, pero le era fácil acostumbrarse a nuevas compañías durante sus viajes, y más con esos ojos de agua.
Él se sentaba apoyado en su enorme mochila de viaje, mientras afinaba su guitarra. La había pintado de los colores rosa y violeta, porque ella le había dicho que eran sus favoritos, y que le recordaban a los anocheceres que pasaron en el Monte de las Brujas hacía ya demasiado tiempo. Levantó la vista sólo para encontrarse con los ojos de ella que lo miraban hacía rato. Esos ojos verdes suyos, ahora dorados por el reflejo de las llamas, le recordaban a las noches que acamparon en las Montañas rocosas, cuya localización había olvidado. Le parecía que había sido por algún sitio del Norte.
Después de tantos años de aventuras, habían decidido volver a su lugar de inicio, solo para marcharse dos días después. Y ahora, se embarcaban en un nuevo camino, dondequiera que acabase. Antes de dormirse mirando las estrellas, ella pudo ver sus ojos marrones tan oscuros, esos ojos le recordaban a casa, fueran donde fueran, esos ojos marrones siempre serían su hogar, pensó antes de caer dormida.