Som mentiders per naturalesa?
SIMULACIÓN, ENGAÑO Y MENTIRA
Serafín Lemos Giráldez, Facultad de Psicología. Universidad de Oviedo
Es evidente que la simulación, el engaño y la mentira forman parte de la naturaleza humana y están presentes tanto en la esfera personal como en la vida social. Desde los más breves saludos estructurados, del estilo de “Buenos días, ¿qué tal estás? Bien, gracias”, en donde las palabras pierden su significado genuino para dar paso a meras fórmulas de cortesía, hasta las formas más elaboradas de comunicación en el complejo entramado social se apoyan en un juego de roles, en donde se entremezcla lo que la persona es con lo que aparenta ser, la realidad con la imagen, la función de autor con la de actor.
El engaño no es exclusivo de la especie humana sino que es también una característica que está presente en los primates y en otros animales que viven en entornos sociales de gran complejidad; y en los reinos animal y vegetal son numerosos los seres vivos que han desarrollado, en el proceso evolutivo, capacidades de camuflaje y de adaptación muy elaboradas, que han prosperado gracias al efecto de confundir a sus competidores o a sus depredadores.
(…) La inteligencia maquiavélica es una capacidad que parece haber sido inducida por la necesidad de dominar formas cada vez más refinadas de manipulación y defraudación en el medio social, y que se manifiesta a través del uso de estrategias de disimulo, mentira y engaño tácticos. Como también señala Smith (2005), la inteligencia maquiavélica pudo haber sido el motor que empujó a nuestros antepasados a ir adquiriendo cada vez mayor inteligencia y a hacerse cada vez más aficionados a mudar de opinión, a cerrar tratos, a farolear y a confabularse con otros; por lo que estima que los seres humanos son mentirosos natos, habiendo desarrollado formas mucho más sofisticadas de disimulo que nuestros parientes primates más cercanos.
Pero el disimulo y el engaño a los demás no hubiera alcanzado tales órdenes de magnitud si los humanos no hubiéramos desarrollado también la habilidad de engañarnos a nosotros mismos. El autoengaño nos ayuda a mentir a otros de manera más convincente, y la capacidad para creernos nuestras propias mentiras nos ayuda a embaucar más eficazmente a los demás. Por otra parte, nos permite alcanzar el grado de perfección de “mentir con sinceridad”, sin necesidad de hacer un montaje teatral para fingir que estamos diciendo la verdad. Esta es la tesis del sociobiólogo Robert Trivers (2002), quien sostiene que la función capital del autoengaño es poder engañar más fácilmente a otros, por cuanto la credulidad en el propio cuento lo hace más convincente para los demás.
Así pues, el disimulo, la mentira implícita o el engaño deliberado forman parte de todos los escenarios en los que transcurre la vida social humana. En un proceso evolutivo cuyas etapas se van consumiendo desde la infancia, se va perdiendo la espontaneidad conforme se asienta la convicción de que la sinceridad no siempre es posible ni conveniente, porque puede perjudicar a la otra persona o a uno mismo. Por eso, mienten los amigos bien intencionados con el fin de halagar, de edulcorar la realidad, de dar apoyo o de proteger a la persona estimada; mienten los gobernantes y los líderes sociales para conseguir sus propósitos, para evitar problemas o para seducir al electorado (llegando a la paradoja de que son los más mentirosos quienes muestran el mayor empeño en desenmascarar las mentiras de sus adversarios); mienten los medios de comunicación, ocultando información o publicando información interesada, enfatizando noticias o contrarrestándolas con otras; mienten los publicistas y los vendedores en todas las transacciones comerciales para persuadir a sus clientes; y, entre otros, mienten también los profesionales para defender sus intereses, el reconocimiento social o para lograr la satisfacción de sus clientes. En definitiva, todas las personas intentan acomodar la realidad a sus propias intenciones, expectativas o necesidades; pero lo sorprendente es que, a sabiendas de que el mundo es así, actuamos como si todo fuera verdad o tal vez necesitamos persuadirnos de que lo es.