Apariencias
eduardpaytuvi | 31 maig 2017Llegaba al apartamento después de un día largo y duro de trabajo. Había sido un no parar, que si reunión por aquí, que si reunión por allá. Lo único que deseaba era tirarme en el sofá junto a Netflix y un bikini de jamón y queso. Solía subir por las escaleras pero el terrible dolor de espalda me lo impedía así que ese día tomé el ascensor y entré, con la única compañía de mi reflejo en los tres espejos que rodeaban la plataforma. El ascensor arrancó en dirección a la planta cinco, pero se detuvo más rápido de lo esperado. Se abrieron las compuertas de la planta dos donde encontré a Juan Carlos. Juan Carlos, era un chico peculiar que llevaba viviendo en los apartamentos tres meses. Vestía con ropa ancha, siempre llevaba chándal y llevaba varios piercings y tatuajes. Desde el día de su entrada todos los vecinos lo mirábamos con cierto desprecio y empezaron a correr muchos rumores sin conocimiento como sus antecedentes penales por robo o tráfico de drogas. Entró en el ascensor y evité intercambiar miradas. Cruzaba los dedos para llegar cuanto antes a la quinta planta, pero cruzar los dedos sirvió más bien de poco. El ascensor frenó en seco, entre la planta tres y cuatro. Un sudor frío me recorrió todo el cuerpo y grité interiormente “¿¡Porqué!?”. Porqué hoy, por qué en ese momento, por qué con ese tipo. Notaba una opresión en el pecho, me faltaba el aire. Por un día que subía en ascensor me tenía que ocurrir eso. No me quedaba otra, tenía que hablar con ese tipo y buscar la manera de salir cuanto antes de allí. Me giré después de estar sumido en mis pensamientos y vi como el chico ya había llamado al teléfono de emergencias del ascensor, y se encontraba hablando con ellos. Cuando colgó, instantáneamente abrió su mochila y amablemente me ofreció una botella de agua. Me explicó que los encargados de la seguridad del ascensor ya estaban de camino y era cuestión de minutos su llegada. Durante todos esos minutos no paró de comprobar si tenía una buena temperatura y se preocupó todo el rato de mí. Y así fue, nos sacaron de allí y el tipo me tendió la mano, y se aseguró que me encontraba bien. Afirmé, me sonrió y se despidió con un “Buenas Noches Señor”. No podía más, pero después de ese largo día obtuve dos grandes recompensas: una lección para toda la vida y un capítulo trepidante de Breaking Bad.
No juzges a una persona ni por su apariencia ni por lo que se dice de él. Tómate la molestia de conocer a esa persona y entonces haz tu propio juicio.