50 días
paulafornells | 5 maig 2012Lo sé, no tengo derecho a quejarme de nada, no tengo derecho a pasarme el día protestando, no tengo derecho a ir con cara de querer matar al primero que pase por delante, no tengo derecho a contestar con sarcasmo asesino a cualquier pregunta o comentario que me parezca ofensivo, y tampoco tengo derecho a ser desagradable las veinticuatro horas del día…
Pero no puedo más. Llevamos ocho meses de clases, ocho meses sabiendo que mi destino está miserablemente escrito en levantarme a la misma hora que llevo levantándote desde que tenía tres años, e ir a sentarme en una silla – no muy cómoda – a escuchar a alguna persona decir cosas relativamente interesantes durante siete horas seguidas, encerrado en un edificio que no desprende muchísima felicidad y volver a casa, a repasar todo lo que te han dicho durante esas siete horas mediante unos ejercicios que alguien increíblemente inteligente decidió llamar “deberes”.
Vale, me estoy volviendo a quejar. Al principio es emocionante, un nuevo curso, un nuevo reto, nuevos profesores, nuevas asignaturas, nuevos compañeros y hasta nueva clase – aunque siempre con ese color naranja butano en las paredes -. Luego, cuando llega el invierno, ya no es precisamente emocionante, pero te conformas. Al menos en el instituto te sociabilizas con seres vivos, y no te limitas a estar tirado en el sofá viendo películas deprimentes típicas para días lluviosos.
Pero ahora, ahora duele profundamente. Ahora el sol de mayo ya no es tímido, ni está protegido por nubes grises. Ahora el sol de mayo ilumina y hace brillar todo lo que nos rodea. Pero si miras este espléndido Sol desde mi silla de madera rota de color verde desgastado situada en la esquina de una deprimida clase de instituto, deja de ser un Sol espléndido para convertirse en algo parecido a un cuchillo clavado en tu pecho. Es como estar en una cárcel con las puertas abiertas. El tiempo pasa muy lento, tu cabeza es físicamente incapaz de concentrarse: “trigonometría, modernismo, Don Quijote, La Guerra Fría…” ¿Qué significa todo esto? No tengo ni idea. Mi cabeza ha decidido oportunamente cogerse vacaciones antes de tiempo, justo en época de exámenes…
Me quedan cincuenta días de espera. No lo digo como un alivio, cincuenta días son muchos. Cincuenta días intentando no volverme loca, esforzándome para mantener mi mente perversa alejada de falsas esperanzas de que el verano está cerca, alejada de los recuerdos dolorosos de esos días en que a las ocho de la mañana hacía poco que me había acostado en vez de estar ya levantada, esos días en que la piel me brillaba con un tono rojizo y no era casi transparente, esos días en que era el calor lo que me asfixiaba, y no los exámenes. Esos días en que la música la escuchaba para bailarla, y no para distraerme durante el efímero trayecto de casa al instituto.
Será duro, pero podré. Y aunque no aseguro ir con una sonrisa en la cara por los pasillos, aseguro esforzarme al máximo durante estos últimos cincuenta días para poder disfrutar aún más de la libertad que mes espera tras esa puerta de hierro mecánica del instituto que algún herrero, que no quería mucho a los niños, diseñó. Y sé que, después de esto, y de poder substituir las botas de agua Hunter por mis sandalias, pasaré otro verano fugaz, pero que compensará completamente con estos duros nueve meses, y que difícilmente podré olvidar.
Paula