Le echo de menos
| 24 febrer 2012Hace unos cinco años que no le veo. No me hace reír, no observo su sonrisa perfecta que en cualquier momento te hacía sonreír, tampoco me hace uno de sus regalos tan originales, ni me dibuja esos pollitos tan divertidos en las libretas, que cada vez que los hacía una sonrisa pícara surgía en mi cara.
Mi abuelo, esa persona que tanto quería, sigo queriendo y recuerdo en mi mente. Era un hombre bastante grande, de piel blanca como la harina y un número incontable de pecas en la nariz. Era muy alegre, no aparentaba la edad que tenía y siempre había sido un hombre muy libre. Nunca le había gustado que le dieran las cosas hechas, siempre lo quería hacer él.
Su muerte fue muy inesperada. Mi abuelo estaba en el hospital, ya que el viernes le había dado una embolia. El domingo por la mañana los médicos nos dijeron que se estaba recuperando perfectamente y que esa misma tarde podían trasladarle al hospital de su pueblo. Mi madre estaba allí con él y mi padre, mi hermana y yo, le fuimos a visitar. Unos minutos después de entrar en esa sala blanca y fría, él empezó a tambalearse en la cama, le estaba dando otra embolia. Recuerdo el momento como si fuera ayer. Su cuerpo se desplomó en la cama. Todo había cambiado. Mi abuelo ya no estaba. Lágrimas y lágrimas cayeron de mis ojos.
Siempre le recordaré sentado en su butaca, fumando esa pipa de madera de roble.
Sandra