Como otro mundo
| 2 novembre 2010Leer. ¿Qué aburrido no? Eso es lo que la mayoría de los adolescentes piensan. Lo ven como algo sin sentido, sin diversión. Algo que no merece la pena. A veces me preguntan: “¿y a ti qué te gusta hacer?” Muchos contestarían escuchar música, salir con los amigos, hacer deporte… En fin, lo de siempre. ¿Sabéis que contesto yo? Leer. Y todos me miran como si fuera un bicho raro, como si no tuviera vida social o fuera una amargada. Me los quedo mirando y les pregunto: “¿qué pasa?”. Y ellos siguen con su estúpida cara, pensando quién sabe qué cosas sobre mí. La verdad es que ya estoy acostumbrada, pero siempre me han hecho gracia esos rostros sorprendidos.
Cuando era pequeña, mi hermana cogió lo que sería mi primer libro. Me llamó, me sentó en su cama y me dijo: “Te voy a enseñar a leer”. Yo estaba muy emocionada, porque en el colegio todavía no nos habían enseñado y yo sería la primera de la clase en saber. Estuvimos toda la mañana. Mi hermana me enseñó cuándo me tenía que parar y cómo hacerlo correctamente. Fue ahí cuando empezó mi gran afición por la lectura.
Seguí aprendiendo en el colegio y mejoraba día a día. En casa, veía como mi hermana leía sin parar. Así que yo, como todas las hermanas pequeñas, quise imitarla. Empecé a leer libros pequeños, historias cortas y cuentos infantiles. Y me gustó. Me gustó mucho. Porque era como transportarse a otro sitio. A un mundo paralelo. Y yo no quería dejar ese mundo. No… era demasiado especial para no volver nunca. Así que continué con mis lecturas.
A la par que yo iba creciendo, los libros fueron aumentando de tamaño. Pasé de las historias infantiles, a las novelas adultas. Devoraba las páginas, una tras otra, sin parar. Y la gente ya empezaba a decirme: “¡Nunca paras de leer!”. Pero me daba igual. Yo era feliz leyendo. Porque cuando leía un libro reía, lloraba, tenía miedo, sufría, me enamoraba, odiaba, me ponía triste, sonreía, me desesperaba… Sentía cosas que nunca llegué a imaginar. Aquellas miles de palabras me atrapaban. Y era muy difícil escapar.
Sigo leyendo y nunca me canso de ello. Me relaja. Me siento ligera, sin preocupaciones, sin responsabilidades, sin estrés… Me sumerjo en el libro y todos los problemas desaparecen. Y me centro en esas historias que te cuentan, que te enseñan, que te emocionan, que te llegan dentro, muy dentro. Y me duelen los ojos, pero no paro. No puedo. Tengo que seguir. Porque las ansias de saber me matan. Porque lo necesito. Necesito volver a ese mundo. Un mundo del que jamás volvería.
Arantxa