Entrevistas – Reportajes

 

          

                     

                           “Soy una mujer de fe y de palabra” 

       Días antes de su muerte, la escritora repasó en esta entrevista inédita su vida y su pasión por la literatura.                                        José Méndez Carmen Martín Gaite es un personaje familiar y al mismo tiempo secreto. Tocada casi siempre con una boina sobre su pelo blanco, es la imagen de una rebeldía sostenida en el tiempo. Acostumbrados a sus novelas nos parece natural que se sucedan sin reparar en número ni en los años que transcurren. La escritora, perteneciente a una generación arrumbada por el boom latinoamericano y la prematura desaparición de sus mejores miembros, concedió esta entrevista dos meses antes de que una fulminante enfermedad acabara con su vida.  – ¿Cómo explica que siendo una de nuestras escritoras más apreciadas el público sepa tan poco de su vida?  – A mí no me gusta hablar de mi vida, de mi biografía. Sí de las cosas de mi relación con la literatura a través del tiempo, de mi proceso literario. Últimamente mi rechazo a hablar de la propia vida viene, además, de la sobredosis que tenemos de gente hablando de su vida. No lo puedo soportar. Mientras esté viva y tenga ganas de trabajar, mi vida es mía. No opino. Bastante opinan casi todos de todo. Yo tengo a gala no opinar, pero sí echar mi cuarto a espadas de lo que creo que sé un poco. Hoy el primero que llega opina de cualquier cosa.  – ¿Quizás, también, porque su vida está en su literatura?  – Sí, pero en las novelas menos de lo que dice la gente. Por ejemplo en ‘El cuarto de atrás’, que es una ficción muy rara, está todo lo que para mí supuso el paso de la muerte de Franco en adelante. Es uno de los capítulos que me parecen más importantes, de los que más me gustan: cuenta cómo viví el entierro de Franco, en el bar de abajo, una visión personal. El único libro de memorias es ‘Esperando al porvenir’, en el que hablo de una vivencia directa. Otra cosa es cuando preguntan, ‘¿y usted en ‘Nubosidad variable’ quién es? ¿Sofía Montalvo o Mariana León?’ Mire, no diga usted bobadas, una es Sofía Montalvo y otra, Mariana León. Son ellas y, creérmelas, me costó muchos años. Siempre sacas cosas de lo que has visto o vivido, pero transformado  – Es considerada una escritora gallega aunque nació en Salamanca.  – Nací en Salamanca sin ser nadie de mi familia de allí. Mi padre era de Madrid y mi madre era gallega. Desde mi infancia hasta los 22 años, iba a Salamanca todos los veranos. Toda la familia de mi madre era gallega; me siento bastante identificada con algunas personas gallegas, con esa característica de mirar dónde pones el pie antes de ponerlo, esa cosa que les achacan de ser recelosos, tener repliegues o como quieran llamarle. Eso lo he heredado yo del trato con los aldeanos de aquel pueblo, con todos mis parientes gallegos y, especialmente, con mi madre a la que yo adoraba.  – Un pueblo que usted ha convertido en material literario.  – Íbamos a una aldea que se llama San Lorenzo de Piñor, que todavía existe y a la que no he vuelto desde hace muchísimos años. Está a cinco kilómetros de Orense , hacia las montañas. Mi novela ‘Retahílas’ está situada en esa aldea, aunque no la nombro de ninguna manera. Bueno, sí, la aldea de N, como los clásicos. Sale en tres libros, el más importante ‘Retahílas’, quizá mi libro de más fondo. Allí íbamos a las romerías, tuvimos los primeros novios… Fue una etapa muy importante, fundamental. En mi carácter quizás se aprecie que no acabo de ver la frontera entre realidad y ficción. Eso se advierte en ‘La reina de las nieves’. – ¿Ese ambiente es lo que más ha influido en su vida?  – No. Lo que más me ha influido es que provengo de una familia muy liberal, muy modernos para vivir en Salamanca. De allí he arrancado el lenguaje, cosa que nunca bendeciré bastante. ¡Cómo hablaba la gente! Pero no la gente de la universidad, sino en la calle, en los mercados, la gente de los pueblos. Mi padre era notario y venían con sus burros de los pueblos. Me acuerdo perfectamente de las anécdotas que contaba mi padre de sus viajes cuando iba para hacer testamentos a los pueblos. Él tenía un gran poderío verbal, hablaba muy bien. No mucho, no era charlatán, pero hablaba muy bien, y apreciaba Salamanca por eso. Ahora no me quedan parientes en ningún lado.  – La soledad no parece asustarla.  – Eso es cierto, de siempre. Me recuerdo de muy niña escondiéndome en rincones para poner papelitos con frases y juegos que inventaba. Necesitaba estar sola. Me escapaba, no me encontraban. Sentía esa necesidad desde el principio. Para leer, escribir y pensar, hace falta estar solo.  – ¿Y es cierto que en la posguerra fue “completamente feliz”?  – Tuve mucha suerte. Lo que te ha pasado cuando eras pequeño te marca para toda la vida. La mayor desgracia de mi infancia fue que a un tío mío lo fusilaron porque era socialista. Lo recuerdo perfectamente aunque tenía diez u once años. Pero quitando esa desgracia viví en una familia donde había libros, donde no eran machistas. Mi padre tuvo dos hijas y nunca se le ocurrió decir: ‘qué pena no haber tenido un hijo’. Yo me sentía querida y mis amigos de la facultad, de la universidad, nunca me discriminaron. Era feliz porque dentro de lo que pasaba, a esa edad, tampoco lo ves tanto.  – En el orden de las cosas personales, ¿cuál es la mayor diferencia de aquella época con la actual?  – La gran diferencia es que no había máquinas en las casas. Había lo que se hablaba, lo que hablaban y contaban todos, los amigos, la abuela, las visitas… Todo el mundo hablaba y leía. Ahora es difícil escuchar lo que antes era un consejo diario: ‘niño lee bien’.  – ¿Y en usted?  – Entonces tenía muy buen carácter, era accesible. Menos desconfiada que ahora, más llana.  – ¿Pasan cosas que rompen el tiempo?  – Sí claro, muchas. (Por un instante pareció acceder a la confidencia, pero…) Ahí nacen novelas. Yo nunca he dejado de escribir. Me parece un milagro seguir con las mismas ganas. ¡Que piense que aún no he escrito lo que tengo que escribir! Esa especie de sabia rara es la que me mantiene en vida.  – ¿Sus mejores amigos han sido también sus compañeros de generación?  – Sí, cuando vengo a Madrid me junto con los míos. No es que ellos me influyeran, es que éramos iguales. Me reencuentro con Aldecoa y él me reenganchó con los de aquí; nos gustaban las mismas cosas. Esos amigos míos eran muy buenos escritores, pero malos estudiantes.  – ¿Cuál es el peor defecto de su generación?  – Lo peor de mi generación es que desaparecieron muchos, muy pronto. Ése ha sido su peor defecto: morirse pronto. Jesús Fernández Santos, Aldecoa, Daniel Sueiro. Eso más que un defecto es una carencia. De los que quedamos muy pocos nos acordamos de las cosas. Cuando hablo con Medardo Fraile, que es un gran amigo y un excelente escritor, un cuentista extraordinario, o cuando hablo con Josefina (Aldecoa), que se acuerda de muchas cosas de esa época, lo que más echo de menos es que, claro, hemos ido perdiendo el rastro. Se han muerto demasiado jóvenes.  – Y fueron parcialmente olvidados.  – Sí, pero el problema no nos vino de nosotros mismos como grupo de narradores. Vino de América. Apareció el fenómeno del boom hispanoamericano que nos hizo callarnos a muchos porque, de pronto, ya no nos hacían caso.  – ¿Conoció a Pío Baroja?  – No lo llegué a conocer. No era muy amiga de ir a los sitios si no me llamaban. Al único que conocí fue a Aleixandre, le visité en su casa con un amigo. Pero a Baroja no. Estuve a punto, pero me dije: ‘si dicen que está tan mayor’ Juan Benet ha escrito una preciosidad sobre él, su ‘Barojiana’. Yo había oído que Baroja estaba ya muy indiferente y pensé: ‘por verle nada más que allí, con su boina, pues no me hace ilusión’. Sin embargo supe por un amigo que Aleixandre daba muy buena conversación. Y me apeteció.  – Otra vez la conversación, ¿hay algo mejor que hablar?  – Sí, hablar bien. A la gente le gusta mucho que en las novelas los personajes hablen de manera convincente. Y a mí me gusta la gente que habla de manera convincente.  – La gente de carácter, ¿cómo usted?  – No crea que tengo tanto carácter. Yo nunca discutía. Mi hermana sí que discutía. Soy poco discutidora. Ahora, a lo que nunca me fuerza nadie es que a haga algo que no quiero hacer.  – El existencialismo y el auge del feminismo también se corresponden con su tiempo. ¿Cómo se relacionó con ellos?  – Me gustó mucho Simone de Beauvoir, pero no hasta aquellas locuras que algunos decían. Nunca he sido de caer de rodillas ante esos fenómenos. No soy nada adoratriz. Puedo decir y sentir lo bien que está escrito algo o lo mucho que me enseña. Pero que Simone de Beauvoir a aquellas alturas… lo de ‘El segundo sexo’, yo ya lo sabía. Yo era muy moderna. ¡Es que era una chica muy moderna! Y éramos modernos. Yo tuve un grupo de gente que, ahora que lo recuerdo, eran todos muy modernos.  – ¿Dónde colocamos sus admiraciones?  – No soy nada tacaña con la admiración. Leo muchísimo. Sobre todo a los clásicos, hice la carrera con unos profesores de literatura estupendos. Los clásicos los había leído desde muy jovencita. Todos los libros del 98 estaban en casa. Leí ‘La regenta’ a los diecisiete años. La poesía del 27 la conocí un poco más tarde, pero la prosa del 98 fue pan comido. Mucho antes de venir a Madrid.  – Y ¿entre los escritores actuales?  – Yo leo de vez en cuando algo que me aconsejan o que huelo. Ahora son todos posteriores a mí (y se ríe sin ironía, como acabando de descubrir lo que ha dicho). Leo más de lo que lee la gente de mi edad y sé lo que me interesa de lo que hay. Sé lo que me suena a hueco (golpea con los nudillos la palma de su mano). Estuve tres años haciendo crítica de libros y leí mucho que no me gustaba demasiado, pero lo que sí estuve fue al loro. Hay algo que quizás me gusta menos: el motor de lo que lleva a la gente a escribir ahora.  – ¿Cómo es ese motor?  – De tres tiempos. Antes de estar el libro en los escaparates ya dicen si es o no es cinematográfico. Pero ¡perdóneme! Espérese un poco. Añada a esto lo de las maquinitas famosas (los ordenadores) y los talleres. Tres cosas juntas que equivocan a la gente. Son tres ingredientes que, para mí, no tienen demasiado que ver con la pasión por ver que te sale. Con talleres por todas partes, todo el mundo cree que puede escribir una novela. Estamos en una época en que todo es así, por tanto no hay que poner el paño al púlpito ni echar sermones, es que hemos entrado en otra época y el que no quiera verlo es un idealista. Yo me asomo a la calle y sé lo que hay. La literatura, será que soy antigua, es algo que sólo lo compartes con el libro.  – ¿El mundo de la cultura española le debe algo?  – No, no me puedo quejar. Si yo ya no sé que más puedo tener… He ido muy despacio. Cuando publiqué ‘Entre visillos’, premio Nadal, lo hice con seudónimo, no fue un libro de los más celebrados. Pero hoy se sigue vendiendo muy bien, a manta. Y a la gente le gusta más cada día. Y ¿por qué? Porque metí unos diálogos que ahora son testimoniales, toda una época. Si tienes prisa nunca llegas. Y eso la gente lo acaba reconociendo. No tan deprisa como cuando estás empujando para que te reconozcan, pero yo tengo lo que quería: el Nacional de Literatura, el premio de Castilla-León, el Príncipe de Asturias… Los premios, además, se dividen en dos clases: los que tú pides y los que te dan. Yo pedía, me presentaba, cuando era joven. Hace muchos años que no se me ocurre pedir nada.  – Además su obra ha tenido una excelente acogida en el exterior.  – Sí, fundamentalmente, en Francia. Ahora, ‘La reina de las nieves’ les está gustando a los ingleses muchísimo y la han titulado ‘El ángel de las despedidas’. Ese ámbito, en la frontera de la realidad y el sueño, es en el que mejor me encuentro, no sólo como escritora. Mi primera novela lleva una cita de Unamuno: “Cuando un hombre dormido e inerte en la cama sueña algo, ¿qué es lo que más existe? ¿Él como persona que sueña o su sueño?” Una frase que a mí me encantaba. Llega un momento en que yo me creo mucho más mis sueños que mi realidad. Hay cosas que se ven y no se ven. Ese también es un poco el mundo de Rosalía.  – Y el mundo de la fe.  – Sí. Yo tengo mucha fe. Soy una persona de fe y de palabra. Me acuerdo que mi padre decía: ‘es que he dado mi palabra’. Pues eso. Una persona que me cuente un secreto ya puede estar segura que no saldrá de mí.  – Su último libro publicado es un disco, ‘Carmen Martín Gaite recita sus poemas’, ¿Cómo es su relación, casi secreta, con ese género? 

– Comencé escribiendo poesía. En mí época se leía en alta voz, poniendo las comas. Mi profesor durante tres años en el instituto fue don Rafael Lapesa. Un día, al regreso a casa, le dije a mi padre: ‘el profesor me ha dicho que lo que tengo que hacer es escribir’. Y me contestó: ‘te lo dije yo mucho antes’. Sí, le dije, pero ¡él no es mi padre! También me dio clase don Salvador Fernández y Ramírez, después académico también y un gramático excelente. Estos señores enseñaban a leer. Ahí nació mi amor por la poesía, y mi total respeto.

                                                                           El Correo, 25 de Julio de 2000 

 

                         Entrevista para Círculo Digital

 Lamenta la prisa de la gente, escribe a mano y no le gustan los teléfonos móviles. Tampoco le importan especialmente los premios ni aspira a entrar en la Real Academia de la Lengua. Y sin embargo, Carmen Martín Gaite es una de las autoras españolas más leídas en España, sobre todo por los jóvenes, un detalle que personalmente le encanta. En realidad, a esta autora salmantina que emborrona cuartillas desde que tenía uso de razón, sólo le interesa esribir y vivir, saboreando en lo posible cada momento. Contra la prisa, recomienda “hacer una cosa detrás de otra, como las puntadas de una labor”, y está convencida de que la vida es algo muy curioso, “lo que pasa es que no sabemos verlo, pero en un sólo día anodino nos suceden muchas más casualidades que en cualquier novela”. La vivavidad y el magnetismo personal de Carmen Martín Gaite provienen de una curiosidad inagotable por todo lo que la rodea, y le gusta tanto narrar como observar y escuchar a la gente. “Yo”, asegura, “quiero morir aprendiendo”. – Sabía que quería ser escritora a los 8 años, a los veinticuatro ya estaba escribiendo. Sin embargo sus textos despertaron antes el interés de los estudiosos en EE.UU. que el del público y la crítica en España.  – En EE.UU. la crítica literaria y universitaria es muy rigurosa. Yo he tenido la suerte de estar como profesora invitada en varias Universidades; en Yale, en Columbia, en Virginia, en Idaho, y allí he visto que, desde la aparición de “Retahilas”, que apareció en el 73, los críticos se dieron cuenta de que ahí había una innovación formal importante. En España me atrevo a afirmar que me empezaron a tomar más en serio a partir de las críticas de Ricardo Gullón, Gonzalo Sobejano… Creo que soy uno de los autores españoles vivos al que han dedicado un mayor número de estudios. – Sin embargo el éxito en España se hizo esperar. No fue hasta entrados los años noventa… – Cuando se publicó por primera vez “Retahilas”, creo que fue en el año 73, se sacaron 4.000 ejemplares que tardaron en venderse un año y medio. Si ahora saco una edición que puede tener, de entrada, 50.000 ejemplar, y sale en la Feria del libro, al acabar la feria ya se han vendido todos. Esto no quiere decir que “Nubosidad variable” sea mejor que “Retahilas”, sino que por una serie de razones que yo no comprendo, conmigo se han enganchado los jóvenes. Mis lectores, y lo digo con muchísima emoción, muchísimo orgullo, tienen entre 17 y 40 años, ese es tal vez el 80% de mi público. Si me preguntas porqué, te diré que no sé, que me bendice Dios. Yo no entiendo cómo puedo tener esa alegría de ver a tanta gente joven tocando mis libros. Este año ha sido pasmoso. La cantidad de ejemplares de “Entre visillos” que he vendido yo, que es un libro que, ¡dónde va la fecha! Y es gente que ya ha leído todo lo último y va retrocediendo hasta el final. – ¿Cuándo cree que comenzó este fulminante éxito que, tal y como decía hace un momento, ha forzado incluso la reedición de novelas publicadas ya hace mucho tiempo?  – Yo creo que es un fenómeno que se empezó a dar desde “Caperucita en Manhattan”. Este es un libro muy fresco del año 90 que la gente no esperaba. En aquel entonces, por una serie de razones, también de tipo personal, la gente pensaba que yo ya iba a escribir más bien de cosas tristes, y salió ese libro tan especial. La gente empezó a ver ahí un reguero de agua más clara y de repente todo empezó de nuevo. Hace tres años en la Feria del Libro, una amiga mía se enfadó al oír que decían “¿me quiere dar Vd. el libro de esa escritora nueva que ha salido?”, y yo le dije, pero si es que me parece maravilloso que me llamen nueva, si es que estoy escribiendo desde los 24 años sin parar. Ese es un fenómeno que todavía no me he explicado pero que es cierto. No es que sea yo el escritor más vendido, porque los escritores más vendidos lo son por un libro, a mi es que me lo compran todo. – Tal vez faltaba una generación que la descubriese… – Y es que ha salido una generación nueva que no me ha leído, y esa generación es como una transfusión de sangre, una renovación. Yo los lectores que tengo ahora no los había tenido nunca. Ahora me leen los jóvenes. No sé en qué consiste este fenómeno ni presumo de ello porque presumir de ello sería una idiotez. Es como si presumes de un regalo, de que ha salido el sol, es que tal vez me lo debía la vida, pero yo no he hecho nada para merecerlo. – Se ha escrito mucho sobre su tratamiento de los personajes femeninos, en EE.UU. incluso la han definido como una escritora feminista.  – La conferencia que voy a dar esta tarde en Círculo precisamente trata de eso, de que la mujer siempre ha sido uno de los personajes de ficción más perseguidos, y no sólo por parte de las mujeres. Toda la literatura del siglo XIX está llena de libros de grandísimos escritores, no sólo con nombres de mujer, sino incluso alguno menos conocido, en el que ya se empieza a poner el discurso femenino en boca de una mujer. Yo tengo dos novelas que a mi me gustan mucho, una “Ritmo lento”, otra “La reina de las nieves” en las que el personaje es un hombre, pero de eso nunca se habla. En “Entre visillos” el personaje del profesor, en “Irse de casa” el personaje del filósofo de provincias, el personaje del médico que tienen tanta penetración y tanto cuidado en el tratamiento… Se pregunta demasiado por eso, y puede haber una parte de verdad, pero yo no me fijo cuando escribo. Trato de entender cómo puede ser el alma de esa persona que está hablando, y si es una mujer me acuerdo de comportamientos que he visto en alguna mujer, no siempre pongo a las mujeres tampoco como heroínas intachables. – En sus novelas los personajes no son ni muy malos ni muy buenos, sino que son tal y como conocemos a las personas reales. – Yo tengo una teoría que tal vez sin darme cuenta he podido infiltrar en mi literatura. La gente no es que sea mala sino que sufre. Si tu piensas en una persona muy muy mala, de esas que decimos, ¡qué mala persona es! Y buscas, encuentras sufrimiento. El sufrimiento hace maldad. Hay gente que tiene la suerte de que por mucho que sufra, se libra de caer en el rencor. Yo lo que tengo es bastante piedad con el ser humano, porque la gente que lo pasa muy mal la disculpo. En mis novelas ni los buenos son buenísimos ni los malos son malísimos. En la vida pasa igual, la persona más mala que puedas encontrar a lo mejor, de pronto, tiene un rasgo noble, lo que pasa es que no la han sabido tratar. Yo tenía un refrán que inventé yo que decía “hay que tratar a la gente como personas por si acaso lo son” y te llevas muchas sorpresas. Tengo bastante fe en el ser humano, cosa que no es muy frecuente. – Me parece que he leído en alguna entrevista que le gustaba mucho Paul Auster. Este autor le da una importancia muy acusada al azar, a las casualidades, a que una cosa te lleve por unos caminos que jamás habrías pensado.  – Pues sí, es que en la vida misma se juntan muchas casualidades en un solo día. Si nos fijáramos, encontraríamos más casualidades de las que pueda haber en una novela llena de casualidades. Sólo en un día, en el día más anodino. Me ha pasado miles de veces. Estar pensando en una persona que hace mil años que no ves y luego encontrártela en la calle, soñar con una cosa y luego que más o menos ocurra. Es que pasan muchísimas cosas, pero es que pasa que hay gente que no está atenta y no lo registra, pero pasar, pasa. – El silencio, el tiempo, en definitiva, la soledad, tienen un profundo protagonismo en su literatura. ¿La soledad es un principio o un final? – La soledad puede ser buscada, impuesta o arrastrada. El único remedio contra la soledad es habitarla, es conquistarla, porque el ser humano vive muchas épocas solo aunque esté en compañía, muere solo. La soledad es un ingrediente al que no hay que tener tanto miedo, hay que familiarizarse con ella para que dé frutos. – Ha dicho que los sentimientos no se han de reflejar de una manera impúdica, ¿escribir acaso no es invitar a los demás a participar en la propia intimidad? ¿Dónde están las barreras entre el escritor y la obra? – Yo la única novela en la que hablo un poco de mi es “El cuarto de atrás”, pero lo he aderezado con tal fantasía y con tantas cosas raras que pasan; ese señor de negro que no se sabe si existe o no, que bueno, lo enmascaras. Y en otras novelas no hablo de mi. El día en que hable de mi en una novela escribiré un libro de memorias, pero no lo he hecho. En el libro sobre Aldecoa que se llama “Esperando el porvenir” he hablado de una época y he dicho los nombres. Cuando yo me pongo a escribir una novela esas personas tienen que ser de carne y hueso para mí. Hasta que no he dado por vivo y verdadero a un personaje no lo he dado por bueno. Yo no aparezco en mis novelas, y la gente se empeña en que soy yo la señora de no se que y la otra. Hombre, un novelista está trabajando con lo que ha visto, con lo que ha oído, con lo que le ha encantado, con lo que ha soñado, con lo que le ha ocurrido, pero el verdadero barniz, el verdadero hilo de esa costura, es cómo lo coloca. – Se ha dicho que uno de los hilos conductores de su obra es el inconformismo. Sus personajes desean seguir unas pautas propias y entran por ello en conflicto con la sociedad. ¿Es necesaria esa rebeldía? – No está mal, nunca está mal poner en cuestión lo que te dan como necesario. Ahora, sólo con eso, tampoco es suficiente. Nunca viene mal poner una mirada crítica sobre lo que te dicen. – Siempre ha reivindicado el “Ritmo lento”, el que permite hablar tranquilamente y descubrir a los demás. Estamos en unos tiempos en los que reina la inmediatez, la cultura del ocio, lo virtual, ¿acaso hemos perdido el arte de la tranquilidad?

– Yo creo que si vas muy deprisa no haces las cosas bien, y pienso que precisamente en esta época de tanta prisa, hemos de ponerle la muralla de procurar negar que haya tanta prisa haciendo las cosas más despacio. De esa manera las haremos más aprisa, porque no las haremos compulsivamente. Pero claro, este es un remedio casero, y la gente a lo mejor no lo sabe seguir. Yo cuando tengo muchas cosas que hacer, me pongo a hacer todas, una por una, cosa por cosa y muy despacio. A media tarde las he acabado. En cambio si digo cuánto tengo que hacer y estoy todo el día dándole vueltas, pues claro, no acabas. A eso ayudan las máquinas, y es que las máquinas, que son muy eficaces, y que no hay más remedio que tenerlas, parecen haber sustituido el ritmo humano, que no es tan rápido. Eso explica que ahora haya muchas enfermedades que antes no había. Porque la gente no puede vivir así.

                                                                                                   Círculo digital

                                                                                                                                                 

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                               “LA VERDAD ES QUE NO ME GUSTARÍA NADA MORIR”

No le gustaba pensar en la muerte y no se habría dejado matar por nada. Consideraba que la virtud más importante en una persona era la lealtad y aborrecía el culto al dinero y le sacaba de quicio la «hipertrofia de los teléfonos móviles». Estas son algunas de las confesiones que Carmen Martín Gaite hizo al Magazine de EL MUNDO el 10 de octubre de 1999. – ¿Cuál es su ocupación favorita? – Coser. Toda la vida he cosido, me tranquiliza mucho. – ¿Qué talento o habilidad le gustaría tener? – Me encantaría saber pilotar un avión. Debe de ser muy bonito, pero creo que ya es algo tarde para aprender. – ¿Qué es lo que menos le gusta de su carácter? – Quizá, mi frecuente tendencia a pensar que voy a acertar con lo que he decidido. – ¿Y de los demás? – No me gusta que tengan mal humor. Yo, ese defecto no lo tengo. Me parece una pérdida de tiempo enfadarse. – ¿A qué persona viva admira? – A Miguel Delibes. No sólo como escritor, sino también por su honestidad y discreción como ser humano. – ¿Su mayor extravagancia? – Pues lo tendrán que decir los demás, yo no me encuentro nada extravagante… – ¿Cuál es, según usted, la virtud más sobrevalorada? – Yo pienso que en estos tiempos se da demasiada importancia a todo lo que se consigue a base de dinero. Creo que el culto al dinero que existe hoy es excesivo. – ¿Qué es lo que menos le gusta de su aspecto físico? – Las orejas, sin ninguna duda. Las escondo siempre… – ¿Qué persona viva le produce desprecio o rechazo? – No desprecio a nadie. Unos me gustan más que otros, pero alimentar el desprecio es un veneno muy malo. – ¿Cuál es su actual estado mental? – Pues siento una especie de gusanillo, como si creyera que algo va a pasar. A lo mejor me engaño… Me estimula mucho el otoño. – ¿Cuál considera su mayor logro? – Aceptar las cosas como son y como vienen. Es algo difícil de conseguir, y creo que yo lo he logrado. – ¿En qué persona o cosa le gustaría reencarnarse? – En un pájaro. Me gustan mucho los pájaros. – ¿Cuál es su posesión más preciada? – La pluma de mi padre. Escribo a veces con ella, y la guardo como un tesoro. También tengo un huevo de madera, de esos que ya no se tienen en los costureros, que era de mi madre y de mi abuela. – ¿Por qué se dejaría matar? – Por nada. Procuraría escapar siempre… – La cualidad que más admira en un hombre es… – La lealtad. – La cualidad que más admira en una mujer es… – La lealtad. – ¿Cómo le gustaría morir? – La verdad es que no me gustaría nada morir, ni tampoco me gusta pensar en ello. – ¿Cuál es su lema de vida? – Cosa por cosa. Quiero decir que cada una tiene su tiempo y no deben hacerse a mogollón, porque salen mal. – ¿Cuál considera usted la mayor de las miserias? – La mayor miseria es vivir para los objetos, en vez de que los objetos están a tu servicio. – Si le quedaran tres días de vida, ¿qué haría? – Dormir los tres para olvidarlo. – Una manía. – Tengo muchas. Por ejemplo, me pone muy nerviosa que me ordenen mi desorden. Porque yo, dentro de mi desorden, tengo un orden. – ¿Qué es para usted la buena educación? – Escuchar a los demás. – Diga un gran avance del siglo XX. – Aunque no es propiamente del siglo XX, me parece un gran avance volar. Ahora nos resulta normal ir de punta a punta del mundo en poco tiempo, pero a mí me parece que es algo maravilloso. – Cuando está triste, ¿qué hace para animarse? – No hay nada que hacer. Aguantar. Acordarse de que de otras peores has salido, pero nada más. Cualquier cosa que intentes es inútil, es como tratar de curar el cáncer con una aspirina. – ¿Qué última moda le saca de quicio?

– La hipertrofia de los teléfonos móviles.

                                                                Magazine de EL MUNDO el 10 de octubre de 1999.

 

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