Dos personas

[Imagen: Fabiano Sartori]
Era una noche de domingo cuando recibimos la llamada. A aquella hora de la noche ya sabíamos que no sería una llamada cualquiera. Compramos los pasajes para la primera hora de la mañana siguiente y desde el aeropuerto fuimos directamente al tanatorio. Aún era difícil de creer. Allí estaban todas las amigas con las que jugaba a cartas, todos los hijos y nietos, todas las personas que estuvieron a su lado durante toda, o casi toda su vida. Personas que siempre reían mucho a su lado ahora lloraban y sentían mucho dolor. Doña Ophélia era una señora de casi 90 años cuando nos dejó. Era una mujer llena de vida, con una sonrisa muy amplia y siempre canturreando alguna canción. Pero ahora en su funeral , la música que más nos llamaba la atención era el llanto de dos personas específicas: Fabiano, uno de sus nietos y doña Vick, una de sus mejores amigas de partidas. Me senté al lado de doña Vick, su mejor amiga, y lo único que pude y  conseguí hacer fue abrazarla muy fuertemente. Doña Vick se lamentaba: “¿Por qué, por qué mi amiga Ophélia? ¡Ella no podía irse!”. Y yo, no sabía qué decir, o qué hacer, solamente seguía abrazada con ella. Estábamos todos muy tristes, pero verdaderamente el más triste  era Fabiano, uno de sus nietos, que lloraba muchísimo. No hablaba nada, solamente lloraba. Él se quedó chocado con la muerte de su abuela y no paraba de llorar. Muchas personas lo consolaban, pero no había nadie que pudiera traer a su abuela de vuelta. El funeral de doña Ophélia fue muy rápido, bonito y conmovedor, lleno depersonas que a ella le gustaban mucho y lleno de flores que daban color y vida al ambiente. Pienso que todo estaba  al gusto de doña Ophélia . Ella era una doña mujer muy alegre y animosa. El tanatorio también estaba lleno de amor y de una buena energía, pero muy silencioso. La única música que se escuchaba era el llanto de esas dos personas. Pienso que doña Ophélia se quedó contenta, con las flores de colores y también con la música,  a pesar del llanto.

Lana Barreto                       Revisión del texto

Aprendiendo del dolor

Era lunes y llovía mucho. Estábamos mis amigos y yo muy tristes. Un grupo de jóvenes había muerto violentamente en un accidente de coche. Conducían a alta velocidad en una carretera, por la noche, volvían de un  largo día de trabajo. Trabajaban como guías turísticos y su especialidad era el senderismo de montaña. Todos eran jóvenes, con edades entre 18 y 20 años. El tanatorio estaba lleno. La gente quedó conmocionada por lo ocurrido. Cinco chicos jóvenes, todas las salas del tanatorio estaban ocupadas.

Uno de ellos había estudiado conmigo durante toda la infancia. En la adolescencia no estudiábamos juntos pero frecuentábamos las mismas fiestas y amigos.  Compartimos muchos recuerdos: descubrimientos, miedos, aventuras... todo ahora interrumpido brutalmente.

Es impresionante cómo la pérdida de muchos chicos jóvenes cambia la percepción de la vida. En este momento, aprendes lo que realmente importa... te olvidas de tonterías, orgullos y cosas superficiales. Uno descubre que la vida es frágil y que no hay seguridad, que todo puede pasar y acabar en algunos segundos. Entonces, el tema es ser capaz de eligir lo que realmente es importante, pasar de mas malos rollos y disfrutar cada momento de nuestra vida como si fuera el último.

Francisco Fabro Neto                      Revisión del texto

El último suspiro del señor Dani

Imagen: Carolynabooth, de Pixabay

Tras seis meses de una asoladora enfermedad llegó la hora de decir adiós a un estimado amigo. El señor Dani —como era cariñosamente llamado por sus amigos más íntimos — o, simplemente “el Daniel de la doña Dolores”, era una persona magnífica que adoraba pasarlo bien con todos a su alrededor y disfrutar a lo grande los días que tenía de fiesta. Cuando llegué al tanatorio por la mañana, no había mucha gente. Gran parte de su familia vive en Portugal, y, dado que la muerte se confirmó a las 23.30 h de la noche anterior, era lógico que no estuvieran allí.

Doña Dolores me recibió con una sencilla sonrisa y con los ojos mojados de las lágrimas. Nos abrazamos cinco minutos largos y después ella me cogió de la mano para presentarme a los que se encontraban allí presentes. La primera persona que me presentó fue Marta, la exmujer del señor Dani. ¡No me lo podía creer!

Esa mujer había sido la razón de las peleas contantes entre la pareja : era persona violenta y muchas veces había pegado a su marido. Entendí muchas cosas: ella era una mujer no muy alta pero muy corpulenta y Dani, en cambio, un señor de poco más de un metro y medio, flaco y de apariencia débil, aún antes de la enfermedad. Las dos mujeres se cogían de las manos y lloraban juntas; contaban historias sobre la vida del señor Dani, sus hábitos y costumbres. Eran simples historias felices donde todos convivían en armonía. Pero ninguna de ellas mencionó las veces que Marta intentó clavarle un cuchillo a su marido o las ocasiones en que doña Dolores lo dejó durmiendo fuera de casa por llegar tarde, dado que tenía la costumbre de salir a beber con los amigos.

Al acercarme al ataúd yo vi una figura serena y risueña: era como si no hubiera pasado por todo el calvario del padecimiento. A su alrededor estaban los tres hijos que tuvo con Marta y los dos pequeños que tuvo con doña Dolores. Normalmente los chavales no se llevaban bien (por celos y disputas generados por sus madres) pero este día dejaron sus problemas de lado y un sentimiento en común: el dolor de la pérdida.

Al final, cuando el cura vino a dar su última bendición al fallecido, yo tuve la profunda impresión de ver al señor Dani dar un suspiro de alivio porque todo aquello estaba llegando a su fin o quizás estaba contento por haber visto a su familia al menos una vez conviviendo en tranquilidad.

Ludi Barbosa                                  Revisión del texto

 

La muerte en el pueblo

Imagen: Michael Gaida, en Pixabay

Él era un chico de mi pueblo. Nació en el mismo año que yo y cursamos juntos la escuela primaria. Tenía 21 años cuando tuvo un accidente de coche. Fui a su funeral y entierro. A parte de la angustia y el dolor por la muerte de un chico tan joven —y omitiendo los gritos de dolor de su madre, pobrecita —, más allá de las primeras filas del cortejo, unas abuelas cotilleaban, como pasa en todos los eventos sociales del pueblo. 


— Pero, ¿quién es este joven? 

— Mira, es el hijo de tío Carlos, el que se fue a vivir a Roma. 

— ¡Ah mira! No sabía que tenía hijos. 

— ¡Que sí! Tuvo dos hijos y cuando el segundo tenía dos años se divorció de la mujer.

Mientras tanto, del otro lado, otras abuelitas, mirando las tumbas, hacían un análisis meticuloso de las familias con sus árboles genealógicos. 

— ¿Quién está aquí? (señalando la tumba) 

— Salvatore R…. pues este tío, ¿sabes quién es?¿Te acuerdas del hombre que vivía en la plaza cuando nosotras teníamos trece o catorce años y siempre acudía al bar de Francisco? Él era soltero pero el hermano tenía familia. Los hijos son Elena, José… y no recuerdo cómo se llaman los otros. La hija mayor ahora vive en San Juan y está jubilada, pero trabajó de enfermera y tiene dos hijos. Los dos están casados. Los otros hermanos no sé qué hacen, pero creo que uno trabaja en el campo. Entonces él (apuntando hacia el suelo) es su tío y lo han puesto con su padre y su madre aquí. Pero el hermano tiene que estar con su mujer. A ver dónde están… 

— ¡Ah vale! Creo que he entendido quiénes son ellos. Los abuelos de Elena eran 'extranjeros’, vinieron de la montaña cuando eran niños para trabajar como sirvientes en una de las familias más ricas del pueblo.

—¡Exacto!

Este es un pequeño cuadro de la vida del pueblo, donde todos conocen a todos.

Giovanna Arras                           Revisión del texto