
Imagen: Michael Gaida, en Pixabay
Él era un chico de mi pueblo. Nació en el mismo año que yo y cursamos juntos la escuela primaria. Tenía 21 años cuando tuvo un accidente de coche. Fui a su funeral y entierro. A parte de la angustia y el dolor por la muerte de un chico tan joven —y omitiendo los gritos de dolor de su madre, pobrecita —, más allá de las primeras filas del cortejo, unas abuelas cotilleaban, como pasa en todos los eventos sociales del pueblo. — Pero, ¿quién es este joven? — Mira, es el hijo de tío Carlos, el que se fue a vivir a Roma. — ¡Ah mira! No sabía que tenía hijos. — ¡Que sí! Tuvo dos hijos y cuando el segundo tenía dos años se divorció de la mujer. Mientras tanto, del otro lado, otras abuelitas, mirando las tumbas, hacían un análisis meticuloso de las familias con sus árboles genealógicos. — ¿Quién está aquí? (señalando la tumba) — Salvatore R…. pues este tío, ¿sabes quién es?¿Te acuerdas del hombre que vivía en la plaza cuando nosotras teníamos trece o catorce años y siempre acudía al bar de Francisco? Él era soltero pero el hermano tenía familia. Los hijos son Elena, José… y no recuerdo cómo se llaman los otros. La hija mayor ahora vive en San Juan y está jubilada, pero trabajó de enfermera y tiene dos hijos. Los dos están casados. Los otros hermanos no sé qué hacen, pero creo que uno trabaja en el campo. Entonces él (apuntando hacia el suelo) es su tío y lo han puesto con su padre y su madre aquí. Pero el hermano tiene que estar con su mujer. A ver dónde están… — ¡Ah vale! Creo que he entendido quiénes son ellos. Los abuelos de Elena eran 'extranjeros’, vinieron de la montaña cuando eran niños para trabajar como sirvientes en una de las familias más ricas del pueblo. —¡Exacto! Este es un pequeño cuadro de la vida del pueblo, donde todos conocen a todos.
Giovanna Arras Revisión del texto