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Tras seis meses de una asoladora enfermedad llegó la hora de decir adiós a un estimado amigo. El señor Dani —como era cariñosamente llamado por sus amigos más íntimos — o, simplemente “el Daniel de la doña Dolores”, era una persona magnífica que adoraba pasarlo bien con todos a su alrededor y disfrutar a lo grande los días que tenía de fiesta. Cuando llegué al tanatorio por la mañana, no había mucha gente. Gran parte de su familia vive en Portugal, y, dado que la muerte se confirmó a las 23.30 h de la noche anterior, era lógico que no estuvieran allí. Doña Dolores me recibió con una sencilla sonrisa y con los ojos mojados de las lágrimas. Nos abrazamos cinco minutos largos y después ella me cogió de la mano para presentarme a los que se encontraban allí presentes. La primera persona que me presentó fue Marta, la exmujer del señor Dani. ¡No me lo podía creer! Esa mujer había sido la razón de las peleas contantes entre la pareja : era persona violenta y muchas veces había pegado a su marido. Entendí muchas cosas: ella era una mujer no muy alta pero muy corpulenta y Dani, en cambio, un señor de poco más de un metro y medio, flaco y de apariencia débil, aún antes de la enfermedad. Las dos mujeres se cogían de las manos y lloraban juntas; contaban historias sobre la vida del señor Dani, sus hábitos y costumbres. Eran simples historias felices donde todos convivían en armonía. Pero ninguna de ellas mencionó las veces que Marta intentó clavarle un cuchillo a su marido o las ocasiones en que doña Dolores lo dejó durmiendo fuera de casa por llegar tarde, dado que tenía la costumbre de salir a beber con los amigos. Al acercarme al ataúd yo vi una figura serena y risueña: era como si no hubiera pasado por todo el calvario del padecimiento. A su alrededor estaban los tres hijos que tuvo con Marta y los dos pequeños que tuvo con doña Dolores. Normalmente los chavales no se llevaban bien (por celos y disputas generados por sus madres) pero este día dejaron sus problemas de lado y un sentimiento en común: el dolor de la pérdida. Al final, cuando el cura vino a dar su última bendición al fallecido, yo tuve la profunda impresión de ver al señor Dani dar un suspiro de alivio porque todo aquello estaba llegando a su fin o quizás estaba contento por haber visto a su familia al menos una vez conviviendo en tranquilidad.
Ludi Barbosa Revisión del texto