La Transición Económica Pendiente
Publicado el 05-12-2008 , por Luis Garicano
Cumpliendo la predicción de Alfonso Guerra, después de 30 años de democracia, a España no la reconoce ni su padre –inmigración masiva, matrimonio gay … lo impensable se ha vuelto lo normal.
No puede decirse lo mismo de la economía española. La nunca rota dependencia de turismo y construcción (que partió del modelo desarrollista de los 60) causará en los próximos meses la mayor recesión de nuestra historia.
Lo que en otros países de la zona Euro es una dura crisis coyuntural, es España es una profunda puesta en cuestión del modelo de crecimiento, de alto endeudamiento, bajísima productividad, y sobre todo, muchos ladrillos. En estos 30 años, la productividad total ha crecido a un ritmo del 0.1% anual.
Es decir, la productividad se ha estancado casi completamente desde la transición. Hemos crecido a base de usar más capital y más trabajo para poner más ladrillos. La transición pendiente es la transición hacia una economía capaz de incrementar la productividad del capital físico y humano de los españoles -la transición de sol y ladrillos a ideas y conocimiento-.
¿Por qué no se ha producido ya esa transición? En parte, este fracaso se debe a dos problemas que dejamos mal resueltos hace 30 años y que debemos, ahora, resolver de una vez para siempre: la ordenación del estado y la reforma del sistema educativo.
Primero, la transición hacia un nuevo modelo económico requiere una estrategia de estado, incluyendo actores privados y públicos en un esfuerzo conjunto de cambio. Un prerrequisito para tal cambio es la solución definitiva del ‘problema nacional’, de la ordenación del territorio. Durante estos 30 anos, las comunidades y regiones han estado obsesionadas con mejorar su posición en el reparto de la tarta, en vez de preocuparse por incrementar su tamaño.
Las fórmulas de ingresos por transferencia del estado no crean ningún incentivo a generar riqueza, sino, al contrario, a gastar lo más posible y a crear imperios con empleos públicos. Además, la preocupación política constante con la renegociación de los pactos estatutarios desvía la atención de los políticos y de los ciudadanos hacia asuntos que no crean riqueza: las lenguas, los símbolos, las banderas, y otras cuestiones con poco (ningún) valor añadido económico.
Segundo, el activo más importante para el éxito en la economía del conocimiento es el capital humano. El sistema educativo español primario y secundario aparece en todos los estudios internacionales entre los peores de nuestro entorno.
Ninguna universidad española aparece entre las primeras 100 del mundo en los rankings internacionales. ¿Por qué podemos estar al mejor nivel mundial en fútbol, baloncesto o tenis y no en universidades? No puede concebirse ninguna estrategia de crecimiento de la productividad futura que no pase por incrementar sustancialmente la calidad del sistema educativo y abandonar la igualdad en la mediocridad.
Las fórmulas son conocidas, no hace falta inventar nada: el sistema universitario público de California, por ejemplo, consigue conjuntar la universalidad de acceso a la educación universitaria y la existencia de unas pocas (4 o 5) universidades de élite a la cabeza de la investigación mundial.
El camino no es imposible. Partimos con dos activos. Primero, la geografía: el buen clima, sin duda, y el paisaje. Este será un activo crucial para atraer talento en un mundo en el que cada trabajador podrá elegir vivir donde desee independientemente de la base física de su empresa. California, Arizona, Florida (todas ahora en apuros, pero no tanto como los antiguos centros industriales, como Detroit) sirven de ejemplo.
Las ciudades españolas son agradables, y dentro de muy poco, ofrecerán calidad y cantidad de viviendas a precios de saldo. Segundo, el español es una de las 5 más habladas del mundo. Estos dos factores hacen de España un destino apetecible para los estudiantes, investigadores y emprendedores extranjeros.
Se dirá que ahora no es el momento de pensar a largo plazo, que ahora se trata de salir de la catástrofe económica que se avecina. Lo contrario es más cierto: no debemos desaprovechar la urgencia que crea la crisis y las posibilidades que este sentimiento abre; pasada la crisis, los actores económicos y políticos volverán a sus rutinas de las que será imposible sacarlos.
El gobierno propone gastar la mayor parte (8000 millones) del estímulo económico en una lucha fútil para conservar el patrón económico preexistente: ayuntamientos y construcción. Hace falta hacer exactamente lo contrario. No gastar ni un euro en lo que no quepa en una estrategia de crecimiento a largo plazo. La crisis supone una oportunidad única para movilizar recursos y voluntades. No la malgastemos.