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La paleontologia

 

LA CIENCIA DE LA PALEONTOLOGÍA

La paleontología es la ciencia que se ocupa del descubrimiento y estudio del registro fósil para así reconstruir la historia de la vida. Aunque sus raíces son mucho más antiguas, recibió su nombre actual en 1838, cuando el gran geólogo británico Charles Lyell acuñó el término a partir del griego. Significa “ciencia de la vida antigua”.
La palabra
fósil es mucho más antigua que la palabra paleontología. Fossilis, del verbo fodere (“excavar”), es un adjetivo latino que se aplica a cualquier cosa desenterrada. De él derivó en latín tardío el sustantivo fossilium, y de éste el castellano fósil, aún aplicado a cualquier objeto exhumado: minerales, cristales, rocas de diversos tipos y formas y, también, lo que entendemos actualmente por fósiles.

Costó muchísimo, en tiempo y en esfuerzo, comprender que en lo que se venía designando por “fósil” se incluían dos clases de objetos dispares. Konrad von Gesner, que en 1558 publicó algunas de las primeras figuras de fósiles en un libro ilustrado, reconocía que algunas se parecían enormemente a los organismos, pero no hizo distinción entre éstos y otros que no guardaban tal relación de semejanza. Gesner dibujó juntos un cangrejo actual y otro fósil, y definió al último como cangrejo marino petrificado, pero no llegó a sugerir que podía haber sido un animal vivo antes de quedar petrificado.

Aun considerando el conjunto de todos los “fósiles” o “petrificaciones” conocidas desde los siglos XVI al XVIII, muchos naturalistas no supieron apreciar una línea clara de separación en la serie que va desde organismos verosímiles, como el cangrejo petrificado de Gesner, hasta los ubicados en el otro extremo, como los cristales de cuarzo, sin parecido con ningún organismo conocido. Les era familiar la existencia de fósiles fitomorfos o zoomorfos, pero cada autor lo explicaba de acuerdo con sus propios planteamientos filosóficos. Para un platónico, tales fósiles nunca habían sido formas vivas, sino que eran imágenes engendradas en la tierra por una fuerza moldeadora, una “vis plastica“. Un aristotélico estaría de acuerdo en que no se trataba de restos de organismos otrora vivos; sostendría que habían crecido en las rocas a partir de semillas (quizá caídas de las estrellas) o que habían surgido en las rocas por generación espontánea, como, según se creía entonces, lo hacían muchos organismos vivos.
Pero ni siquiera en aquellos tiempos faltaron naturalistas que no tuvieron más remedio que reconocer que lo que actualmente algunos llaman “fósiles fáciles” (en su mayoría conchas marinas en perfecto estado de conservación) eran restos de organismos ordinarios que alguna vez estuvieron vivos. Una de las personas que contribuyó al reconocimiento de la naturaleza orgánica de los fósiles fue el danés
Nicolás Steno, quien en 1667, a la vez que lo hacía el polifacético inglés Robert Hooke, publicó la teoría de que los fósiles de apariencia animal eran, de hecho, restos de animales.

La siguiente etapa fundamental en el reconocimiento del verdadero significado de los fósiles fue la comprensión de que las rocas que contienen fósiles (y, por tanto, los fósiles mismos) no se habían originado todas a la vez, sino que se habían depositado en una sucesión definida. Demostraciones definitivas de afloramientos con sucesiones de rocas y fósiles en diferentes puntos y el establecimiento del principio de superposición de los estratos, supusieron, a principios del XIX, el apuntalamiento definitivo del principio general necesario para estudiar la historia de la vida. Según este principio, en los distintos niveles de una sucesión aparecen fósiles diferentes y las series características de organismos fosilizados vivieron en las diferentes épocas de la historia de la Tierra.

En 1778, Cuvier, el padre de la paleontología de vertebrados, ya había formulado esta idea. Cuvier fue consciente de que, mientras algunos fósiles representaban animales más o menos similares a los actuales, otros diferían bastante de cualquier ser vivo conocido. Para explicarlo consideró tres hipótesis:

  1. Los extraños animales quizá siguieran viviendo en regiones no exploradas;
  2. Podrían haber sufrido un proceso de metamorfosis;
  3. Se habrían extinguido.


Cuvier optó por la tercera hipótesis (otros naturalistas, como Jefferson, optaron con fervor religioso por la primera de las hipótesis, ya que creían piadosamente que Dios no habría permitido jamás que ninguna de sus creaciones se extinguiese).

Charles Darwin fue quien resolvió finalmente estas cuestiones en 1859 con la publicación de “El origen de las especies”. Las tres hipótesis de Cuvier eran correctas y cada una de ellas puede aplicarse a algunos fósiles. De acuerdo con la primera hipótesis, se ha dado el caso de plantas y animales que se conocían sólo en estado fósil y que más tarde se descubrieron vivos en algún lugar remoto. La hipótesis cuvieriana de que muchos de los animales conocidos sólo en estado fósil se han extinguido, además de ser correcta, es mucho más importante: en nuestros días ha quedado claramente establecido que la gran mayoría de las especies que han vivido alguna vez se han extinguido. Con respecto a la segunda hipótesis, la “evolución” de los organismos, constituye el rasgo más interesante de esta historia. Con la incorporación de este concepto se establecían las bases para el desarrollo de la ciencia de la paleontología y para el estudio de la historia de la vida.

Así fue como el término “fósil”, que originalmente sirvió para denominar cualquier cosa desenterrada, ha ceñido su ámbito de significación a los restos y las huellas de antiguos organismos, entendidos como registros de la historia de la vida.


A partir de “Fósiles e historia de la vida”, de G. G. Simpson. Biblioteca Scientific American, Prensa Científica, 1985 (Barcelona).

La ciència a l’escola


L’escola, des de sempre, es planteja com ensenyar millor als nens i nenes i en cada època pren, encertadament o no, el camí que creu convenient per aquest procés d’ensenyament aprenentatge. Estem en una època de grans canvis i tots de forma molt ràpida. Costa adaptar-se a aquests temps i reflexionar alhora sobre què cal fer i cap on cal anar. De totes maneres és obvi que cal fer-ho. No podem afrontar nous temps amb esquemes passats però tampoc podem llençar tot el que tenim “caminat”. En l’actualitat ballem entre diversos models. Tots amb trets positius però alguns amb més trets negatius que d’altres, segons el nostre punt de vista.

El món que troba el nen d’ara és un món ple d’estímuls, ple d’informacions, ple de recursos… , on hem de decidir constantment cap on volem anar si no volem deixar que altres persones o el mateix entorn impersonal, actiu, frenètic ens porti, sense la nostra intervenció voluntària. És un món ple de camins oberts però que cal decisió per trobar el propi.

En aquesta classe de món tot va molt ràpid, i no podem seguir-ho tot tots. És un món que requereix reflexió, seguretat, decisió i procediments ràpids d’adaptació a noves situacions. És un món en el que cal saber una mica de tot per aprofundir més en el que ens interessa, ens emociona, ens agrada o necessitem.

En aquesta classe de món, tots tenim accés fàcil a informacions completes, diverses, actualitzades… i ja no és vàlid que l’ensenyament es basi en fer acumular aquestes informacions a les memòries dels nens i les nenes. Aquesta era potser la tasca adequada a altres temps on només uns pocs sabien o tenien accés al saber i ens havien de transmetre el seu coneixement, bé directament fent-nos d’ensenyants, bé indirectament donant-nos llibres de text on hi havia tot el que calia aprendre a cada edat i en cada moment.

En aquest món canviant, obert, divers, complex creiem que hem de formar als infants en la reflexió, la investigació, l’autoaprenentatge, la pràctica de treball en equip i la interdisciplinarietat com a base de la comprensió d’una realitat complexa. Hem d’ajudar-los a formular-se preguntes, a buscar respostes coherents, a processar-les i saber-les comunicar i transmetre de forma adequada.