L’establiment de límits absoluts a l’aviació és, en principi, la forma més fàcil i segura de garantir que la indústria compleixi els seus deures pel que fa a la mitigació del canvi climàtic.
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La aviación comercial crece constantemente y, arrastradas al número de vuelos y pasajeros, las emisiones de gases de efecto invernadero se han multiplicado. Desde el año 2000, el número de pasajeros ha pasado de 1.600 a 4.300 millones anuales. En 2019 el sector lanzó casi mil millones de toneladas de CO2 a la atmósfera. Casi un 70% más que en 2005.
Solo el aumento de emisiones de los últimos cinco años equivale a 50 centrales de carbón para generar electricidad. Aunque si fuera un país la aviación estaría en el top 10 de los emisores mundiales, como señala la Comisión Europea, no está obligada ni incluida en el Acuerdo de París contra el Cambio Climático. Su plan ambiental es propio y voluntario. La Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA) se autorrregula. La base de su plan es comprar derechos de emisión: pagar con el propósito de que el CO2 que lancen los reactores quede “compensado” por lo que no emitan otros sectores a los que compren esos derechos o por proyectos verdes financiados por las compañías aéreas como una central hidroeléctrica o un plan de reforestación.
Vergüenza de volar
En este contexto ha surgido el concepto de “vergüenza de volar” que se ha expandido desde Suecia (el país de origen de la activista Greta Thumberg). Al fin y al cabo, se estima que solo el 10% de la población mundial ha volado alguna vez. Es un transporte propio del mundo enriquecido. Continua la lectura de Treure subvencions i limitar els vols: propostes per frenar les 1.000 milions de tones de CO2 de l’aviació