Després fer-ho la Xina al 2018, països del seu entorn també veten l’arribada de vaixells abocador. Malàisia va tornar al juny a Espanya cinc contenidors de plàstic contaminat. Què farem ara amb els residus que produïm?
https://www.elperiodico.com/es/medio-ambiente/20191013/asia-no-quiere-basura-europa-7669393
El reciclaje global está afortunadamente al borde del colapso. La fórmula, que había consistido durante décadas en el despreocupado envío de basura a Asia, ha caducado. Miles de contenedores han sido devueltos en los últimos meses a sus remitentes con un mensaje conciso: no somos vuestro estercolero. De la crisis se espera que emerja una alternativa más ética y solidaria que este neocolonialismo de las basuras.
El ‘yang laji’ o basura ajena
El sector se despertó el 1 de enero del 2018 agitado por un tsunami. China cerraba sus puertas al ‘yang laji’ o basura ajena. También la solución fue obvia: reconducir los contenedores unos cuantos miles de kilómetros más abajo y volver a empezar. El sudeste asiático comparte con aquella China la dolorosa pobreza, regulaciones laborales y medioambientales laxas y una ubicua corrupción para regatearlas. Las toneladas de plástico se duplicaron en Vietnam, Filipinas e Indonesia, aumentaron un 1.370% en Tailandia y Malasia, con apenas 30 millones de habitantes, se convirtió de la noche a la mañana en el mayor importador global.
Pero los veloces procesos de industrialización y urbanización de la región cubren ya el cupo de residuos gestionables y el flujo externo ha terminado por arruinar el cuadro. Ríos filipinos mugrientos, playas vietnamitas cubiertas por plásticos y ballenas y tortugas asfixiadas han frecuentado las portadas en los últimos años. Para los gobiernos es una cuestión tan ecológica como patriótica. Malasia, Filipinas, Camboya, Sri Lanka e Indonesia han devuelto cargamentos a Europa y Norteamérica en el último año.
Malasia, Filipinas, Camboya, Sri Lanka e Indonesia han devuelto cargamentos a Europa y EEUU este año
Su transporte es un ovillo de intermediarios que dificulta la fidelidad del etiquetado y la asunción de culpas. Sri Lanka no encontró los metales prometidos por el Reino Unido sino restos de la morgue en el centenar de contenedores que tuvieron que abrir por la pestilencia. Los gobiernos admiten que su control sobre lo que reciben es escaso. Pero, aún cuando el contenido es el prometido, carecen de una cadena de reciclaje eficiente y las toneladas son frecuentemente incineradas o terminan en vertederos.
“No tienen la tecnología ni recursos para resolver su propio problema de desechos, mucho menos para lidiar con los ajenos. Tienen estándares medioambientales bajos, condiciones laborales pobres y les falta una industria para el reciclaje”, confirma Abigail Aguilar, responsable de Greenpeace en el sudeste asiático.
Al Convenio de Basilea de 1989, primer intento de ordenar el caos, le sobraron buenas intenciones y le faltó arrojo. No prohibió el envío de desechos a los países en desarrollo y lo fio todo al consentimiento de sus gobiernos para aceptarlos. En la práctica basta con que los exportadores negocien con empresas privadas locales pare eludir la intervención oficial. Canadá desatendió durante años las peticiones filipinas para responsabilizarse de las 2.400 toneladas de desechos ilegales etiquetadas como plástico reciclable que descansaban en sus puertos desde el 2013 aludiendo a una transacción comercial privada. El levantisco presidente Rodrigo Duterte hubo de amontonar amenazas: declarar la guerra a Canadá, verter los contenedores frente a su embajada en Manila o capitanear un barco para dejárselas en sus costas. Canadá las repatrió en mayo.
Plástico peligroso
Las enmiendas acordadas este año a aquel convenio de Basilea han sido descritas como históricas por los expertos. Extienden el consentimiento gubernamental a los contratos privados, agregan el plástico al listado de sustancias peligrosas sujetas a restricciones y exigen que los exportadores supervisen su llegada a destino con un sistema transparente. Fue firmado bajo el amparo de la ONU por 186 países, con la notable y previsible excepción de Estados Unidos. Organizaciones como Greenpeace defienden que el sudeste asiático debería prohibir por completo las importaciones del primer mundo.
“La decisión china tuvo el efecto positivo de elevar la conciencia sobre la naturaleza global del comercio, que había sido ocultada a los consumidores occidentales”, opina Isabel Hilton, experta en medioambiente en Asia y fundadora de la publicación ‘China Dialogue‘. “Pero hasta que gobiernos y empresarios no se comprometan con el desarrollo de la economía circular, que implica racionalizar los tipos de plástico permitidos, organizar procesos de reciclaje y establecer fuertes multas al contrabando y los vertidos ilegales, el problema persistirá. No es algo que el consumidor por sí solo pueda resolver”, añade.