Ejemplos de texto descriptivo

pirandello

“En los rincones del jardín –los mas recónditos-, se encuentran columnas de mármol y sobre ellas bustos humanos admirablemente esculpidos. Representan los grandes hombres insulares. No están todos. Si fuesen todos los que Sicilia ha producido, apenas cabrían. Se han tenido que limitar a poner de entre los grandes sicilianos de la época del jardín, los dedicados a las artes y las bellas letras. Me encuentro con una agradable novedad: la cabeza de Pirandello, que era de Agrigento. Le miro un momento. Cae una llovizna. Escucho las gotas de lluvia tamborileando sobre el techo fúnebre de mi paraguas. La lluvia se desliza sobre el cráneo, las mejillas, el mentón de notario provincial de Pirandello. Es un busto muy realista, que me da claramente la impresión de que Pirandello se siente francamente preocupado por la cascada que le cae encima. Como que se encuentra a dos palmos de mí, le pongo el paraguas por encima y lo libro de la lluvia que va cayendo. Al cabo de poco tiempo veo que la piel se le seca, que las facciones se le animan, que le regresan los colores a la cara… ”

(Josep Pla, “Cabotatge mediterrani”)

Fragmento de Tormento, de Benito Pérez Galdós

Tengo muy presente la fisonomía del clérigo, a quien vi muchas veces paseando por la Ronda de Valencia con los hijos de su sobrina, y algunas cargado de una voluminosa y pesada capa pluvial en no recuerdo qué procesiones.

Era delgado y enjuto, como la fruta del algarrobo, la cara tan reseca y los carrillos tan vacíos, que cuando chupaba un cigarro parecía que los flácidos labios se le metían hasta la laringe; los ojos de ardilla, vivísimos y saltones, la estatura muy alta, con mucha energía física, ágil y dispuesto para todo; de trato llano y festivo, y costumbres tan puras como pueden serlo las de un ángel.

Sabía muchos cuentos y anécdotas mil, reales o inventadas, dicharachos de frailes, de soldados, de monjas, de cazadores, de navegantes, y de todo ello solía esmaltar su conversación, sin excluir el género picante siempre que no lo fuera con exceso. Sabía tocar la guitarra, pero rarísima vez cogía en sus benditas manos el profano instrumento, como no fuera en un arranque de inocente jovialidad para dar gusto a sus sobrinas cuando tenían convidados de confianza.

Este hombre tan bueno revestía su ser comúnmente de formas tan estrafalarias en la conversación y en las maneras, que muchos no sabían distinguir en él la verdad de la extravagancia, y le tenían por menos perfecto de lo que realmente era. Un santo chiflado llamábale su sobrino.

 

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