Antonio Machado: Poemas

V

(RECUERDO INFANTIL)

Una tarde parda y fría

de invierno. Los colegiales

estudian. Monotonía

de lluvia tras los cristales.

Es la clase. En un cartel

se representa a Caín

fugitivo, y muerto Abel,

junto a una mancha carmín.

Con timbre sonoro y hueco

truena el maestro, un anciano

mal vestido, enjuto y seco,

que lleva un libro en la mano.

Y todo un coro infantil

va cantando la lección;

mil veces ciento, cien mil,

mil veces mil, un millón.

Una tarde parda y fría

de invierno. Los colegiales

estudian. Monotonía

de la lluvia en los cristales.

VII

El limonero lánguido suspende

una pálida rama polvorienta,

sobre el encanto de la fuente limpia,

y allá en el fondo sueñan

los frutos de oro…

Es una tarde clara,

casi de primavera,

tibia tarde de marzo

que el hálito de abril cercano lleva;

y estoy solo, en el patio silencioso,

buscando una ilusión cándida y vieja:

alguna sombra sobre el blanco muro,

algún recuerdo, en el pretil de piedra

de la fuente, dormido, o, en el aire,

algún vagar de túnica ligera.

En el ambiente de la tarde flota

ese aroma de ausencia.

que dice al alma luminosa: nunca,

y al corazón: espera.

Ese aroma que evoca los fantasmas

de las fragancias vírgenes y muertas.

Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,

casi de primavera,

tarde sin flores, cuando me traías

el buen perfume de la hierbabuena,

y de la buena albahaca,

que tenía mi madre en sus macetas.

Que tú me viste hundir mis manos puras

en el agua serena,

para alcanzar los frutos encantados

que hoy en el fondo de la fuente sueñan…

Sí, te conozco, tarde alegre y clara,

casi de primavera.

VIII

Yo escucho los cantos

de viejas cadencias,

que los niños cantan

cuando en coro juegan,

y vierten en coro

sus almas que sueñan,

cual vierten sus aguas

las fuentes de piedra:

con monotonías

de risas eternas,

que no son alegres,

con lágrimas viejas,

que no son amargas

y dicen tristezas,

tristezas de amores

de antiguas leyendas.

En los labios niños,

las canciones llevan

confusa la historia

y clara la pena;

como clara el agua

lleva su conseja

de viejos amores,

que nunca se cuentan.

Jugando a la sombra

de una plaza vieja,

los niños cantaban…

La fuente de piedra

vertía su eterno

cristal de leyenda.

Cantaban los niños

canciones ingenuas,

de un algo que pasa

y que nunca llega:

la historia confusa

y clara la pena.

Seguía su cuento

la fuente serena;

borrada la historia,

contaba la pena.

XI

Yo voy soñando caminos

de la tarde. ¡Las colinas

doradas, los verdes pinos,

las polvorientas encinas!…

¿Adonde el camino irá?

Yo voy cantando, viajero

a lo largo del sendero…

—La tarde cayendo está—,

“En el corazón tenía

la espina de una pasión;

logré arrancármela un día:

ya no siento el corazón.”

Y todo el campo un momento

se queda, mudo y sombrío,

meditando. Suena el viento

en los álamos del río.

La tarde más se obscurece;

y el camino que serpea

y débilmente blanquea,

se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:

“Aguda espina dorada,

quién te pudiera sentir

en el corazón clavada.”

XII

Amada, el aura dice

tu pura veste blanca …

No te verán mis ojos

¡mi corazón te aguarda!

El viento me ha traído

tu nombre en la mañana;

el eco de tus pasos

repite la montaña …

No te verán, mis ojos;

¡mi corazón te aguarda!

En las sombrías torres

repican las campanas…

No te verán mis ojos;

¡mi corazón te aguarda!

Los golpes del martillo

dicen la negra caja;

y el sitio de la fosa,

los golpes de la azada…

No te verán mis ojos;

¡mi corazón te aguarda!

XX

Mientras la sombra pasa de un santo amor, hoy quiero

poner un dulce salmo sobre mi viejo atril.

Acordaré las notas del órgano severo

al suspirar fragante del pífano de abril.

Madurarán su aroma las pomas otoñales,

la mirra y el incienso salmodiarán su olor;

exhalarán su fresco perfume los rosales,

bajo la paz en sombra del tibio huerto en flor.

Al grave acorde lento de música y aroma,

la sola y vieja y noble razón de mi rezar

levantará su vuelo suave de paloma,

y la palabra blanca se elevará al altar.

XXXIV

Me dijo un alba de la primavera:

Yo florecí en tu corazón sombrío

ha muchos años, caminante viejo

que no cortas las flores del camino.

Tu corazón de sombra, ¿acaso guarda

el viejo aroma de mis viejos lirios?

¿Perfuman aún mis rosas la alba frente

del hada de tu sueño adamantino?

Respondí a la mañana:

Sólo tienen cristal los sueños míos.

Yo no conozco el hada de mis sueños;

ni sé si está mi corazón florido.

– Pero si aguardas la mañana pura

que ha de romper el vaso cristalino,

quizás el hada te dará tus rosas,

mi corazón tus lirios.

XLI

Me dijo una tarde

de la primavera:

Si buscas caminos

en flor en la tierra,

mata tus palabras

y oye tu alma vieja.

Que el mismo albo lino

que te vista, sea

tu traje de duelo,

tu traje de fiesta.

Ama tu alegría

y ama tu tristeza,

si buscas caminos

en flor en la tierra.

Respondí a la tarde

de la primavera:

Tú has dicho el secreto

que en mi alma reza:

Yo odio la alegría

por odio a la pena.

Mas antes que pise

tu florida senda,

quisiera traerte

muerta mi alma vieja.

 (GLOSA)

Nuestros vidas son los ríos,

que van a dar a la mar,

que es el morir. ¡Gran cantar!

Entre los poetas míos

tiene Manrique un altar.

Dulce goce de vivir:

mala ciencia del pasar,

ciego huir a la mar.

Tras el pavor del morir

está el placer de llegar.

¡Gran placer!

Mas ¿y el horror de volver?

¡Gran pesar!

LIX

Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!

que una fontana fluía

dentro de mi corazón.

Di, ¿por qué acequia escondida,

agua, vienes hasta mi,

manantial de nueva vida

de donde nunca bebí?

Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!

que una colmena tenía

dentro de mi corazón;

y las doradas abejas

iban fabricando en él,

con las amarguras viejas,

blanca cera y dulce miel.

Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!

que un ardiente sol lucía

dentro de mi corazón.

Era ardiente porque daba

calores de rojo hogar,

y era sol porque alumbraba

y porque hacía llorar.

Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!

que era Dios lo que tenía

dentro de mi corazón.

LX

¿Mi corazón se ha dormido?

Colmenares de mis sueños

¿ya no labráis?  ¿Está seca

la noria del pensamiento,

los cangilones vacíos,

girando, de sombra llenos?

No, mi corazón no duerme.

Está despierto, despierto.

Ni duerme ni sueña, mira,

los claros ojos abiertos,

señas lejanas y escucha

a orillas del gran silencio.

¡De amarilla calabaza,

en el azul, cómo sube

la luna, sobre la plaza!

Duro ceño.

Pirata, rubio africano,

barbitaheño.

Lleva un alfanje en la mano.

Estas figuras del sueño…

Donde las niñas cantan en corro,

en los jardines del limonar,

sobre la fuente, negro abejorro

pasa volando, zumba al volar.

Se oyó un bronco gruñir de abuelo

entre las claras voces sonar,

superflua nota de violoncelo

en los jardines del limonar.

Entre las cuatro blancas paredes,

cuando una mano cerró el balcón,

por los salones de sal-si-puedes

suena el rebato de su bordón.

Muda en el techo, quieta, ¿dormida?

la negra nota de angustia está,

y en la pradera verdiflorida

de un sueño niño volando va…

LXVII

Si yo fuera un poeta

galante cantaría

a vuestros ojos un cantar tan puro

como en el mármol blanco el agua limpia.

Y en una estrofa de agua

todo el cantar sería:

“Ya sé que no responden a mis ojos,

que ven y no preguntan cuando miran,

los vuestros claros, vuestros ojos tienen

la buena luz tranquila,

la buena luz del mundo en flor, que he visto

desde los brazos de mi madre un día.”

LXVIII

Llamó a mi corazón, un claro día,

con un perfume de jazmín, el viento

—A cambio de este aroma,

todo el aroma de tus rosas quiero.

—No tengo rosas; flores

en mi jardín no hay ya; todas han muerto.

Me llevaré los llantos de las fuentes,

las hojas amarillas y los mustios pétalos.

Y el viento huyó… Mi corazón sangraba

Alma, ¿qué has hecho de tu pobre huerto?

LXIX

   Hoy buscarás en vano

a tu dolor consuelo.

   Lleváronse tus hadas

el lino de tus sueños.

Está la fuente muda,

y está marchito el huerto.

Hoy sólo quedan lágrimas

para llorar. No hay que llorar, ¡silencio!

LXX

Y nada importa ya que el vino de oro

rebose de tu copa cristalina,

o el agrio  zumo enturbie el puro vaso…

Tú sabes, las secretas galerías

del alma, los caminos de los sueños,

y la tarde tranquila

donde  van a morir… Allí  te  aguardan

las hadas silenciosas de la vida,

y hacia un jardín de eterna primavera

te llevarán un día.

LXXI

Tocados de otros días,

mustios encajes y marchitas sedas;

salterios arrumbados,

rincones de las salas polvorientas;

daguerrotipos turbios,

cartas que amarillean;

libracos no leídos

que guardan grises florecitas secas;

romanticismos muertos,

cursilerías viejas,

cosas de ayer que sois el alma, y cantos

y cuentos de la abuela!…

Desnuda está la tierra,

y el alma aúlla al horizonte pálido

como loba famélica. ¿Qué buscas,

poeta, en el ocaso?

Amargo caminar, porque el camino

pesa en el corazón. ¡El viento helado,

y la noche que llega, y la amargura

de la distancia!… En el camino blanco

algunos yertos árboles negrean;

en los montes lejanos

hay oro y sangre … El sol murió… ¿Qué buscas

poeta, en el ocaso?.

LXXX

(CAMPO)

La tarde está muriendo

como un hogar humilde que se apaga.

Allá, sobre los montes,

quedan algunas brasas.

Y ese árbol roto en el camino blanco

hace llorar de lástima.

¡Dos ramas en el tronco herido, y una

hoja marchita y negra en cada rama!

¿Lloras?… Entre los álamos de oro,

lejos, la sombra del amor te aguarda.

LXXXI

(A UN VIEJO Y DISTINGUIDO SEÑOR)

Te he visto, por el parque ceniciento

que los poetas aman

para llorar, cómo una noble sombra

vagar, envuelto en tu levita larga.

El talante cortés, ha tantos años

compuesto de una fiesta en la antesala,

¡qué bien tus pobres huesos

ceremoniosos guardan!

Yo te he visto, aspirando distraído,

con el aliento que la tierra exhala

—hoy tibia tarde en que las mustias hojas

húmedo viento arranca—,

del eucalipto verde

el frescor de las hojas perfumadas.

Y te he visto llevar la seca mano

a la perla que brilla en tu corbata.

LXXXII

(LOS SUEÑOS)

El hada más hermosa ha sonreído

al ver la lumbre de una estrella pálida,

que en hilo suave, blanco y silencioso

se enrosca al huso de su rubia hermana.

Y vuelve a sonreír, porque en su rueca

el hilo de los campos se enmaraña.

Tras la tenue cortina de la alcoba

está el jardín envuelto en luz dorada.

La cuna, casi en sombra. El niño duerme.

Dos hadas laboriosas lo acompañan,

hilando de los sueños los sutiles

copos en ruecas de marfil y plata.

LXXIII

Guitarra del mesón que hoy suenas jota,

mañana petenera,

según quien llega y tañe

las empolvadas cuerdas,

guitarra del mesón de los caminos,

no fuiste nunca, ni serás, poeta.

Tú eres alma que dice su armonía

solitaria a las almas pasajeras…

Y siempre que te escucha el caminante

sueña escuchar un aire de su tierra.

LXXXIV

El rojo sol de un sueño en el Oriente asoma.

Luz en sueños. ¿No tiemblas, andante peregrino?

Pasado el llano verde, en la florida loma,

acaso está el cercano final de tu camino.

Tú no verás del trigo la espiga sazonada

y de macizas pomas cargado el manzanar,

ni de la vid rugosa la uva aurirrosada

ha de exprimir su alegre licor en tu lagar.

Cuando el primer aroma exhalen los jazmines

y cuando más palpiten las rosas del amor,

una mañana de oro que alumbre los jardines,

¿no huirá, como una nube dispersa, el sueño en flor?

Campo recién florido y verde, ¡quién pudiera

soñar aún largo tiempo en estas pequeñitas

corolas azuladas que manchan la pradera,

y en esas diminutas primeras margaritas!

CV

(EN ABRIL, LAS AGUAS MIL)

Son de abril las aguas mil.

Sopla el viento achubascado,

y entre nublado y nublado

hay trozos de cielo añil.

Agua y sol. El iris brilla.

En una nube lejana,

zigzaguea

una centella amarilla.

La lluvia da en la ventana

y el cristal repiquetea.

A través de la neblina

que forma la lluvia fina,

se divisa un prado verde,

y un encinar se esfumina,

y una sierra gris se pierde.

Los hilos del aguacero

sesgan las nacientes frondas,

y agitan las turbias ondas

en el remanso del Duero.

Lloviendo está en los habares

y en las pardas sementeras;

hay sol en los encinares,

charcos por las carreteras.

Lluvia y sol. Ya se obscurece

el campo, ya se ilumina;

allí un cerro desaparece,

allá surge una colina.

Ya son claros, ya sombríos

los dispersos caseríos,

los lejanos torreones.

Hacia la sierra plomiza

van rodando en pelotones

nubes de guata y ceniza.

CXXX

(LA SAETA)

¿Quién me presta una escalera,

para subir al madero,

para quitarle los clavos

a Jesús el Nazareno?

SAETA POPULAR

¡Oh, la saeta, el cantar

al Cristo de los gitanos,

siempre con sangre en las manos,

siempre por desenclavar!

¡Cantar del pueblo andaluz,

que todas las primaveras

anda pidiendo escaleras

para subir a la cruz!

¡Cantar de la tierra mía,

que echa flores

al Jesús de la agonía,

y es la fe de mis mayores!

¡Oh, no eres tú mi cantar!

¡No puedo cantar, ni quiero

a ese Jesús del madero,

sino al que anduvo en el mar!

SOLEDADES A UN MAESTRO

I

No es profesor de energía

Francisco de Icaza,

sino de melancolía.

II

De su raza vieja

tiene la palabra corta,

honda la sentencia.

III

Como el olivar,

mucho fruto lleva,

poca sombra da.

IV

En su claro verso

se canta y medita

sin grito ni ceño.

V

Y en perfecto rimo

—así a la vera del agua

el doble chopo del río—.

VI

Sus cantares llevan

agua de remanso,

que parece quieta.

Y que no lo está;

mas no tiene prisa

por ir a la mar.

VII

Tienen sus canciones

aromas y acíbar

de viejos amores.

Y del indio sol

madurez de fruta

de rico sabor.

VIII

Francisco de Icaza,

de la España vieja

y de Nueva España,

que en áureo centén

se graben tu lira

y tu perfil de virrey.

La augusta confianza

a ti, Naturaleza, y paz te pido,

mi tregua de temor y de esperanza,

un grano de alegría, un mar de olvido…

CLXX

(SIESTA)

EN MEMORIA DE ABEL MARTIN

Mientras traza su curva el pez de fuego,

Junto al ciprés, bajo el supremo añil,

y vuela en blanca piedra el niño ciego,

y en el olmo la copla de marfil

de la verde cigarra late y suena,

honremos al Señor

—la negra estampa de su mano buena—

que ha dictado el silencio en el clamor.

Al dios de la distancia y de la ausencia,

del áncora en el mar, la plena mar…

El nos libra del mundo —omnipresencia—

nos abre senda para caminar.

Con la copa de sombra bien colmada,

con este nunca lleno corazón,

honremos al Señor que hizo la Nada

y ha esculpido en la fe nuestra razón.

CLXXI

A LA MANERA DE JUAN DE MAIRENA. APUNTES PARA

UNA GEOGRAFÍA EMOTIVA DE ESPAÑA

I

¡Torreperogil!

¡Quién fuera una torre, torre del campo

del Guadalquivir!

II

Sol en los montes de Baza.

Mágina y su nube negra.

En el Aznaitín afila

su cuchillo la tormenta.

III

En Garciez

hay más sed que agua;

en Jimena, más agua que sed.

IV

¡Qué bien los nombres ponía

quien puso Sierra Morena

a esta serranía!

V

En Alicún se cantaba:

“Si la luna sale,

mejor entre los olivos

que en los espartales.”

VI

Y en la Sierra de Quesada;

“Vivo en pecado mortal:

no te debiera querer;

por eso te quiero más.”

VII

Tiene una boca de fuego

y una cintura de azogue.

            Nadie la bese.

            Nadie la toque.

Cuando el látigo del viento

suena en el campo: ¡amapola!

(como llama que se apaga

o beso que no se logra)

su nombre pasa y se olvida.

Por eso nadie la nombra.

Lejos, por los espartales,

más allá de los olivos,

hacia las adelfas

y los tarayes del río.

con esta luna de la madrugada,

¡amazona gentil del campo frío!…

CLXXII

(ABEL MARTÍN)

LOS COMPLEMENTARIOS

(CANCIONERO  APÓCRIFO)

RECUERDOS DE SUEÑO, FIEBRE Y DUERMEVELA

I

Esta maldita fiebre

que todo me lo enreda,

siempre diciendo: ¡claro!

Dormido estás: despierta.

¡Masón, masón!

                         Las torres

bailando están en rueda.

Los gorriones pían

bajo la lluvia fresca.

¡Oh, claro, claro, claro!

Dormir es cosa vieja,

y el toro de la noche

bufando está a la puerta.

A tu ventana llego

con una rosa nueva,

con una estrella roja,

y la garganta seca.

¡Oh, claro, claro, claro!

¿Velones? En Lucena.

¿Cuál de las tres? Son una

Lucia, Inés, Carmela;

y el limonero baila

con la encinilla negra.

¡Oh, claro, claro, claro!

Dormido estás. Alerta.

Mili, mili, en el viento:

glu-glu, glu-glu, en la arena.

Los tímpanos del alba,

¡qué bien repiquetean!

¡Oh, claro, claro, claro!

II

En la desnuda tierra…

III

Era la tierra desnuda,

y un frío viento, de cara,

con nieve menuda.

Me eché a caminar

por un encinar de sombra:

la sombra de un encinar.

El sol las nubes rompía

con sus trompetas de plata.

La nieve ya no caía.

La vi un momento asomar

en las torres del olvido.

Quise y no pude gritar.

IV

¡Oh, claro, claro, claro!

Ya están los centinelas

alertos. Y esta fiebre

que todo me lo enreda!…

Pero a un hidalgo no

se ahorca; se degüella,

señor verdugo ¿Duermes?

Masón, masón despierta.

Nudillos infantiles

y voces de muñecas.

¡Tan-tan! ¿Quién llama, di?

—¿Se ahorca a un inocente

en esta casa?

                        —Aquí

se ahorca, simplemente.

                        _

¡Qué vozarrón! Remacha

el clavo en la madera.

Con esta fiebre… ¡Chito!

Ya hay público a la puerta.

La solución más linda

del último problema.

Vayan pasando, pasen;

que nadie quede fuera.

                        _

—¡Sambenitado, a un lado!

—¿Eso será por mí?

¿Soy yo el sambenitado,

señor verdugo?

                         -Sí.

                        _

¡Oh, claro, claro, claro!

Se da trato de cuerda,

que es lo infantil, y el trompo

de música resuena.

Pero la guillotina,

una mañana fresca…

Mejor el palo seco,

y su corbata hecha,

¿Guitarras? No se estilan.

Fagotes y cornetas,

y el gallo de la aurora,

si quiere. ¿La reventa

la hacen los curas? ¡Claro!

¡¡¡Sambenitón, despierta!!!

V

Con esta bendita fiebre

la luna empieza a tocar

su pandereta; y danzar

quiere, a la luna, la liebre.

De encinar en encinar

saltan la alondra y el día.

En la mañana serena

hay un latir de jauría,

que por los montes resuena.

Duerme. ¡Alegría! ¡Alegría.!

VI

Junto al agua fría,

en la senda clara,

sombra dará algún día

ese arbolillo en que nadie repara.

Un fuste blanco y cuatro verdes hojas

que, por abril, le cuelga primavera,

y arrastra el viento de noviembre, rojas.

Su fruto, sólo un niño lo mordiera.

Su flor, nadie la vio. ¿Cuándo florece?

Ese arbolillo crece

no más que para el ave de una cita,

que es alma —canto y plumas— de un instante,

un pajarillo azul y petulante

que a la hora de la tarde lo visita.

VII

¡Qué fácil es volar, qué fácil es!

Todo consiste en no dejar que el suelo

se acerque a nuestros pies.

Valiente hazaña, ¡el vuelo!, ¡el vuelo!, ¡el vuelo!

VIII

¡Volar sin alas donde todo es cielo!

Anota este jocundo

pensamiento: Parar, parar el mundo

entre las puntas de los pies

y luego darle cuerda del revés,

para verlo girar en el vacío,

coloradito y frío,

y callado —no hay música sin viento—.

¡Claro, claro! ¡Poeta y cornetín

son de tan corto aliento!…

Sólo el silencio y Dios cantan sin fin.

IX

Pero caer de cabeza,

en esta noche sin luna,

en medio de esta maleza,

junto a la negra laguna…

                        _

—¿Tu eres Caronte, el fúnebre barquero?

Esa barba limosa…

                               —¿Y tú bergante?

—Un fúnebre aspirante

de tu negra barcaza a pasajero,

que al lago irrebogable se aproxima.

—¿Razón?

                 —La ignoro. Ahorcóme un peluquero

—(Todos pierden memoria en este clima).

—¿Delito?

             —No recuerdo.

                                      —¿Ida, no más?

—¿Hay vuelta?

                         -Si.

                              —Pues ida y vuelta, ¡claro!

—Sí, claro… y no tan claro: eso es muy caro.

Aguarda un momentín, y embarcarás.

X

¡Bajar a los infiernos como el Dante!

¡Llevar por compañero

a un poeta, con nombre de lucero!

¡Y este fulgor violeta en el diamante!

Dejad  toda esperanza… Usted, primero.

¡Oh, nunca, nunca, nunca! Usted delante;

                                   _

Palacios de mármol, jardín con cipreses,

naranjos redondos y pahuas esbeltas.

Vueltas y revueltas,

eses y más eses.

“Calle del Recuerdo.” Ya otra vez pasamos

por ella. “Glorieta de la Blanca Sor.”

“Puerta de la luna.” Por aquí ya entramos.

“Calle del Olvido.” Pero, ¿adonde vamos

por estas malditas andurrias, señor?

—Pronto te cansas, poeta.

—”Travesía del amor…”

¡y otra vez la “Plazoleta

del Desengaño Mayor!”

XI

—Es ella… Triste y severa.

Di, más bien, indiferente

como figura de cera.

                        _

—Es ella… Mira y no mira.

—Pon el oído en su pecho

y, luego, dile: respira.

                        _

—No alcanzo hasta el mirador.

—Hablale.

                —Si tú quisieras…

—Más alto.

                 Darme esa flor.

¿No me respondes, bien mío?

¡Nada, nada!

Cuajadita con el frío

se quedó en la madrugada.

XII

¡Oh, claro, claro, claro!

Amor siempre se hiela.

¡Y en esa “Calle Larga”

con reja, reja y reja,

cien veces, platicando

con cien galanes, ella!

¡Oh, claro, claro, claro!

Amor es calle entera,

con celos, celosías,

canciones a las puertas…

Yo traigo un do de pecho

guardado en la cartera.

¿Qué te parece?

                          —Guarda.

Hoy cantan las estrellas,

y nada más.

                   —¿Nos vamos?

—Tira por esa calleja.

—Pero ¿otra vez empezamos?

“Plaza Donde Hila la Vieja.”

Tiene esta plaza un relente…

¿Seguimos?

                  —Aguarda un poco.

Aquí vive un cura loco

por un lindo adolescente.

Y aquí pena arrepentido,

oyendo siempre tronar,

y viendo serpentear

el rayo que lo ha fundido.

“Calle de la Triste Alcuza.”

—Un barrio feo. Gentuza.

¡Alto!… “Pretil del Valiente.”

—Pregunta en el tres.

                                   —¿Manola?

—Aquí. Pero duerme sola:

está de cuerpo presente.

¡Claro, claro! Y siempre clara,

la de la luna en la cara.

—¿Rezamos?

                    —No. Vámonos…

Si la madeja enredamos

con esa fiebre, ¡por Dios!,

ya nunca la devanamos.

…Sí, cuatro igual dos y dos.

CLXXIII

(CANCIONES A GUIOMAR)

I

No sabía

si era un limón amarillo

lo que tu mano tenía,

o el hilo de un claro día,

Guiomar, en dorado ovillo.

Tu boca me sonreía.

Yo pregunté: ¿Qué me ofreces?

¿Tiempo en fruto, que tu mano

eligió entre madureces

de tu huerta?

¿Tiempo vano

de una bella tarde yerta?

¿Dorada ausencia encantada?

¿Copia en el agua dormida?

¿De monte en monte encendida,

la alborada

verdadera?

¿Rompe en sus turbios espejos

amor la devanadera

de crepúsculos viejos?

II

En un jardín te he soñado,

alto, Guiomar, sobre el río,

jardín de un tiempo cerrado

con verjas de hierro frío.

Un ave insólita canta

en el almez, dulcemente,

junto al agua viva y santa,

toda sed y toda fuente.

En ese jardín, Guiomar,

el mutuo jardín que inventan

dos corazones al par,

se funden y complementan

nuestras horas. Los racimos

de un sueño —juntos estamos—

en limpia copa exprimimos,

y el doble cuento olvidamos.

(Uno: Mujer y varón,

aunque gacela y león,

llegan juntos a beber.

El otro: No puede ser

amor de tanta fortuna:

dos soledades en una,

ni aun de varón y mujer).

                                   * * *

Por ti la mar ensaya olas y espumas,

y el iris, sobre el monte, otros colores,

y el faisán de la aurora canto y plumas,

y el búho de Minerva ojos mayores.

Por ti, ¡oh Guiomar!…

III

                                     Tu poeta

piensa en ti. La lejanía

es de limón y violeta,

verde el campo todavía.

Conmigo vienes, Guiomar;

nos sorbe la serranía.

De encinar en encinar

se va fatigando el día.

El tren devora y devora

día y riel. La retama

pasa en sombra; se desdora

el oro de Guadarrama.

Porque una diosa y su amante

huyen juntos, jadeante,

los sigue la luna llena.

El tren se esconde y resuena

dentro de un monte gigante.

Campos yermos, cielo alto.

Tras los montes de granito

y otros montes de basalto,

ya es la mar y el infinito.

Juntos vamos; libres somos.

Aunque el Dios, como en el cuento

fiero rey, cabalgue a lomos

del mejor corcel del viento,

aunque nos jure, violento,

su venganza,

aunque ensille el pensamiento,

libre amor, nadie lo alcanza.

* * *

Hoy te escribo en mi celda de viajero,

a la hora de una cita imaginaria.

Rompe el iris al aire el aguacero,

y al monte su tristeza planetaria.

Sol y campanas en la vieja torre.

¡Oh tarde viva y quieta

Que opuso al panta rhei su nada corre,

tarde niña que amaba tu poeta!

¡Y día adolescente

—ojos claros y músculos morenos—,

cuando pensaste a Amor, junto a la fuente,

besar tus labios y apresar tus senos!

Todo a esta luz de abril se transparenta;

todo en el hoy de ayer, el Todavía

que en sus maduras horas

el tiempo canta y cuenta,

se funde en una sola melodía,

que es un coro de tardes y de auroras.

A ti, Guiomar, esta nostalgia mía.

CLXXIV

OTRAS CANCIONES A GUIOMAR

(A LA MANERA DE ABEL MARTIN Y DE JUAN DE MAIRENA)

I

¡Sólo tu figura,

como una centella blanca,

en mi noche obscura!

¡Y en la tersa arena,

cerca de la mar,

tu carne rosa y morena,

súbitamente, Guiomar!

En el gris del muro,

cárcel y aposento,

y en un paisaje futuro

con sólo tu voz y el viento;

* * *

en el nácar frío

de tu zarcillo en mi boca,

Guiomar, y en el calofrío

de una amanecida loca;

            * * *

asomada al malecón

que bate la mar de un sueño,

y bajo el arco del ceño

de mi vigilia, a traición,

¡siempre tú!

                  Guiomar, Guiomar,

mírame en ti castigado:

reo de haberte creado,

ya no te puedo olvidar.

II

Todo amor es fantasía;

él inventa el año, el día,

la hora y su melodía;

inventa el amante y, más,

la amada. No prueba nada,

contra el amor, que la amada

no haya existido jamás.

III

Escribiré en tu abanico:

te quiero para olvidarte,

para quererte te olvido.

IV

Te abanicarás

con un madrigal que diga:

en amor el olvido pone la sal.

V

Te pintaré solitaria

en la urna imaginaria

de un daguerrotipo viejo,

o en el fondo de un espejo,

viva y quieta,

olvidando a tu poeta.

VI

Y te enviaré mi canción:

“Se canta lo que se pierde”,

con un papagayo verde

que la diga en tu balcón.

VII

Que apenas si de amor el ascua humea

sabe el poeta que la voz engola

y, barato cantor, se pavonea

con su pesar o enluta su viola;

y que si amor da su destello, sola

la pura estrofa suena,

fuente de monte, anónima y serena.

Bajo el azul olvido, nada canta,

ni tu nombre ni el mío, el agua santa.

Sombra no tiene de su turbia escoria

limpio metal; el verso del poeta

lleva ansia de amor que lo engendrara

como lleva el diamante sin memoria

—frío diamante— el fuego del planeta

trocado en luz, en una joya clara…

VIII

Abre el rosal de la carroña horrible

su olvido en flor, y extraña mariposa,

jade y carmín, de vuelo imprevisible,

salir se ve del fondo de una fosa.

Con el terror de víbora encelada,

junto al lagarto frío,

con el absorto sapo en la azulada

libélula que vuela sobre el río,

con los montes de plomo y de ceniza,

sobre los rubios agros

que el sol de mayo hechiza,

se ha abierto un abanico de milagros

—el ángel del poema lo ha querido—

en la mano creadora del olvido…

……………………………………………….

CAMINANTE  

Caminante, son tus huellas

el camino, y nada más;

caminante, no hay camino,

se hace camino al andar.

Al andar se hace camino,

y al volver la vista atrás

se ve la senda que nunca

se ha de volver a pisar.

Caminante, no hay camino,

sino estelas en la mar.

3 thoughts on “Antonio Machado: Poemas

  1. laura

    els poemes aquests m’agraden molt, pero, son molt dificils d’ aprendre. el me profe d castela m’ha dit que m’estudies un de memoria. son molt comlicats!, y bonics….

  2. Tutor 5è Post author

    Hola, Laura. Tan sólo debes aprender un poema muy cortito que escojas, o un trocito que te guste de un poema largo. Lo que importa es lo que sientes en tu interior mientras lees los poemas. Ya sé que no se entiende bien todo lo que escriben los poetas, pero incluso sin entender bien qué es lo que dice un poema, no me negarás que al leer poesía recibimos un impacto en el interior muy romántico, casi inexplicable. Las palabras del poema nos envuelven y nos turban, aún sin haberlas llegado a comprender totalmente. Al fin y al cabo, sucede como en la música. Muchas canciones están cantadas en otro idioma y no las entendemos, pero nos llegan al corazón con fuerza, y nos emocionan. Los poemas también nos emocionan de manera similar, y cuantos más leemos, más nos emocionan. Me alegro mucho de que te gusten estos poemas, Laura. Déjate mecer por esas dulces palabras.

    Muchas gracias por dejarnos tu comentario, Laura. Escribe cuando quieras, que para esto sirve el blog.

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