A l’atenció del Director
Benvolguda, benvolgut,
celebro retrobar-vos. Espero que el temps que hàgiu pogut dedicar a descansar us hagi permès “reparar-vos”. Al llarg del curs escolar no ens n’adonem de les xacres que anem acumulant. La mateixa tensió ens les oculta: surten quan “afluixem”.
L’estiu, en certa mesura, s’assembla al Cap d’any, no trobeu? Al llarg de l’estiu hom acostuma a concretar “compromisos” que considera que podrà desenvolupar al llarg del següent curs escolar. La realitat, però, s’encarrega de posar-nos amb els peus a terra: la majoria de compromisos no passaran de bones intencions. Us dic això perquè jo també me n’he fet un: voldria ser capaç d’efectuar una entrada nova al bloc cada setmana; una com a mínim. Per posar-m’ho més fàcil intentaré no tractar temàtiques de “rabiosa actualitat” sinó amb qüestions més genèriques, de plantejament.
Per començar aquest curs us he seleccionat una entrevista de CUADERNOS DE PEDAGOGÍA, la que va fer-li el Francisco Luna al Sr. Daniel Innerarity i que es va publicar en el número 452 de gener de 2015. El Sr. Innerarity és una de les persones que més ha reflexionat sobre el canvi social esdevingut en els darrers quaranta anys. El títol de l’entrevista, com escau, és provocador: la societat del coneixement ens fa més ignorants. Au!!
Us he seleccionat aquesta entrevista per dues raons: perquè dóna l’opinió sobre dues qüestions que m’interessen: “Quins són els sabers bàsics?” i “Filosofia, per a què?”
Fa temps que estic convençut que els centres educatius s’haurien de fer, i saber respondre, una pregunta clau: Què vol dir culturitzar, ara mateix? Que definiria com a “culte” un ciutadà del primer terç del segle XXI? No conec centres (no estic dient que no n’hi hagi) que tinguin aquesta qüestió damunt la taula. En un món com el nostre, els sabers bàsics haurien de ser sòlids, sense caducitat. Creieu que existeixen? No? Per què? Perquè tots són efímers?. Innerarity en proposa tres: Saber expressar-se, saber matemàtiques i tenir sentit cívic; de la resta de continguts se’n podria prescindir, considera.
La segona qüestió que m’ha fet seleccionar aquesta entrevista és perquè parla de filosofia. No, no us cregueu pas que hi entengui gaire jo. No he anat gaire més enllà del “Món de Sofia”; m’interessa perquè és un coneixement que no és rendible a curt termini. M’interessen tot de coses no rendibles, ho sé. Que hi ha un debat obert en això de la filosofia ho sabieu, no? El professorat de filosofia s’ha organitzat en una associació per mirar de defensar la “seva matèria”. Com en altres casos, l’administració educativa va reduint el temps d’aquesta matèria per fer lloc a “sabers més actuals”. El Sr Innerarity diu dues veritats com a temples, a parer meu és clar:
Siento generalizar, pero creo que no hemos sido capaces de hacer que los alumnos sientan que la filosofía es algo que tiene que ver con sus problemas y con su vida.
Pero la crisis de la filosofía en la enseñanza también tiene que ver con la falta de reconocimiento o el contexto de empleabilidad, pragmatismo y utilitarismo en el que vivimos.
A veure què us sembla per començar el curs.
Gràcies per ser-hi!!
“La sociedad del conocimiento nos hace más ignorantes”
Daniel Innerarity
Cuadernos de Pedagogía, Nº 452, gener 2015, Editorial Wolters Kluwer

http://www.noticiasdenavarra.com/
Francisco Luna Arcos
Daniel Innerarity, catedrático de filosofía política y social, reflexiona sobre los vertiginosos cambios sociales, económicos y políticos que estamos viviendo en la actual sociedad del conocimiento, que él también denomina de la ignorancia. Considera que la escuela debe mantener algunos saberes básicos e impulsar nuevos aprendizajes para responder a los retos de una sociedad hiperconectada, en la que el exceso de información lleva a la confusión, y que carece de orientaciones y filtros.
¿Qué es lo básico hoy en educación?
El mundo se ha vuelto tremendamente complejo. Yo nací cuando empezaba la televisión, cuando no había Internet, en plena guerra fría, en una dictadura, con puestos fronterizos en Europa, un mundo que a mis hijos les cuesta entender. La gran aceleración social, cultural, política y económica hace que la única certeza que tenemos es que el mundo de nuestros hijos tendrá poquísimo que ver con el nuestro. Ni siquiera podemos adivinar a qué mundo laboral se van a enfrentar. Esto crea una enorme dificultad a la hora de educar, por lo que más vale que la educación se concentre en aquellos aspectos que no van a caducar.
¿Y en qué se concreta?
Si tuviera que simplificar: en saberse expresar, saber matemáticas y tener un sentido cívico. De casi todo lo demás podríamos prescindir.
¿Prescindiría de la filosofía?
Quizás esto no sea muy correcto políticamente entre mis colegas, pero yo diría que también, porque ya está en esos aprendizajes. Cuando corregía exámenes de selectividad, me encontraba con muchas respuestas correctas, con exámenes que tenía que calificar con sobresaliente, pero en los que claramente se percibía que habían entendido poco y que pensaban que aquello no servía para nada.
¿Y realmente sirve para algo?
No si se explica como una sucesión de ocurrencias de gente rara, que vive a cien metros del suelo y lejos de los problemas reales de la sociedad. Pero si uno lee a Platón ve que estaba hablando de problemas que cualquiera podía entender, con gran profundidad y sin necesidad de una jerga incomprensible o elitista. Pero en muchos casos no se ha explicado así la filosofía.
Tenemos que hacer autocrítica. Siento generalizar, pero creo que no hemos sido capaces de hacer que los alumnos sientan que la filosofía es algo que tiene que ver con sus problemas y con su vida. Pero la crisis de la filosofía en la enseñanza también tiene que ver con la falta de reconocimiento o el contexto de empleabilidad, pragmatismo y utilitarismo en el que vivimos. Los filósofos somos imprescindibles, aunque no seamos muy útiles. De hecho, la experiencia habitual del filósofo es el fracaso, estamos acostumbrados a hacernos preguntas y a ponernos problemas frente a los cuales solo se puede demostrar nuestra incompetencia, algo contradictorio con el gozo de la rentabilidad que hoy se busca en todo.
Volviendo a los saberes básicos, ¿cree que hay sobreabundancia de contenidos?
Cuando yo estudiaba en la Universidad, la transmisión de datos era muy importante, había bibliotecas pequeñas, poco acceso a otros idiomas e insuficiente circulación de información. Hoy es muy distinto educar porque no tenemos delante a sujetos supeditados a la escasez de datos, sino a personas que tienen delante excesiva información e insuficientes orientaciones. El problema no es la ignorancia, sino la confusión. Hoy los datos son una distracción.
Pero son imprescindibles…
Como dice un poeta americano, Donald Hall, “la información es la enemiga de la inteligencia”, el exceso de datos no nos deja pensar. El aumento de información va acompañado de un avance muy modesto de nuestra compresión del mundo. El antropólogo Gregory Batenson decía que si quieres saber si una persona o una organización es inteligente, examina el uso que hace de su papelera. Es decir, dime de lo que prescindes y te diré lo que eres. Hoy, los que nos dedicamos a educar deberíamos orientar y señalar dónde no hay que perder el tiempo, saber lo que no se necesita saber.
¿Y cómo resolvemos el problema de que el profesorado también está desbordado por la información y, en muchos casos, carece de competencia para orientar en ese océano?
Es cierto que es una dificultad, pero es lo que tenemos que hacer porque la información no distingue lo que tiene sentido de lo que no lo tiene. La transformación de la educación va por ahí. En la sociedad del conocimiento, tenemos que desarrollar habilidades muy diferentes, propias de una época de hiperconectividad.
¿A qué habilidades se refiere?
Antes la conexión era un lujo, conocer gente, estar en contacto, pero hoy vivimos en una sociedad en la que todo está conectado y lleno de estímulos, y en la que se nos piden respuestas inmediatas. Sin embargo, no somos conscientes de que pensar es interrumpir, darle a un interruptor y sustraerse a esa vorágine. Por eso hemos de aprender la desconexión, la atención y a saber gestionar la información de la que disponemos. Cada vez afirmamos más cosas que nos han dicho y que no hemos pensado ni experimentado nosotros mismos; quizás sea irremediable y, en determinados casos, necesario, pero hay cosas serias para las cuales, como decía Kant, “el yo tiene que acompañar a mis representaciones”, es decir, distinguir entre pensar o simplemente repetir acríticamente.
¿Eso qué supone en la tarea de un profesor?
Recuerdo a un profesor de Bachillerato que nos enseñaba de una manera muy indirecta; cuando se le formulaba una pregunta, se quedaba pensando un rato, y a nosotros nos impacientaba y pensábamos que no tenía ni idea. Posteriormente he pensado que aquella persona nos respetaba más que quien respondía de manera inmediata, incluso antes de terminar la pregunta. Ese pequeño gesto de quedarse pensando creo que educa más que todas las teorías. Antes se refería a que vivimos en una sociedad cada vez más compleja e hiperconectada. ¿Eso es lo que caracteriza a la sociedad del conocimiento? Una sociedad del conocimiento es aquella en la que el saber central es el saber crítico, revisable y reflexivo, y no tanto un saber empaquetado que recibimos acríticamente. Lo que tiene valor, por ejemplo, en el mundo económico, es la innovación, que equivaldría a la reflexividad o a la creatividad en el mundo del conocimiento.
Usted, de manera provocativa, señala que esta sociedad, más que del conocimiento, es una sociedad de la ignorancia, ¿por qué?
Porque es una sociedad que asombrosamente nos hace a todos un poco más tontos. Pensemos en nuestros abuelos, ellos sabían muchas menos cosas que nosotros, pero el número de cosas que no conocían era relativamente pequeño en relación al número de cosas que sabían y, por lo tanto, no vivían como un drama ese contraste. Su mundo era familiar, reconocible, pequeño. Por el contrario, nosotros sabemos mucho más que nuestros antepasados, pero lo que ignoramos es mucho mayor, porque el número de cosas potencialmente conocible por cada uno de nosotros es infinito. La vivencia del tiempo en nuestra sociedad es de escasez, sentir qué poco tiempo tenemos, mientras que la vivencia de nuestros abuelos era de lentitud temporal. Por un lado es una cuestión cuantitativa, hay mucho más saber disponible y accesible al que no vamos a poder nunca llegar. Pero hay otro elemento que hace dramática nuestra vivencia del saber. Tenemos que abordar una serie de problemas como sociedad ‐el cambio climático, el espacio financiero, la intervención en la naturaleza vía modificación genética, la anticipación del futuro si no queremos cometer errores…‐, para cuya solución se requiere un gran volumen de conocimiento. El problema es que nunca tendremos suficiente. Es decir, viviremos en una situación que no sentían nuestros abuelos: la incertidumbre de tomar decisiones con un saber incompleto. Además, como decía antes, somos cada vez más dependientes del saber de otros, vivimos en un mundo de segunda mano, en el que casi todo lo sabemos a través de determinadas mediaciones.
Pero el mundo es tan complejo que necesitamos instancias de mediación de las que nos tenemos que fiar.
Pues no es nada fácil fiarse, por ejemplo, de los medios de comunicación o, sin ir más lejos, de las agencias de rating o de calificación de riesgos. Es cierto que una de las cosas más dramáticas de la crisis económica es el gran fallo de estas agencias, porque los constructores de la confianza se han revelado como unos falsificadores; sin embargo, siguen haciendo falta y por eso no se han hundido. Leer periódicos o contratar un plan de pensiones supone un acto de confianza. Es inevitable, y hace que nos sintamos con una peculiar inseguridad y angustia que nuestros antepasados no sentían, es lo que llamo la sumisión del usuario.
En alguna ocasión le he oído decir que la crisis no es porque hayamos gastado por encima de nuestras posibilidades, sino porque hemos confiado por encima de nuestras necesidades.
Así es, nos han engañado. Por eso, el tema de la confianza y la fiabilidad de los expertos es ahora uno de los grandes debates de la sociedad. Antes hablábamos de los saberes básicos y no sé cómo todo esto se puede traducir en una asignatura de “expertología”, por llamarla de alguna manera, que tendría que ver con un aprendizaje completamente nuevo para la humanidad: aprender a delegar con conocimiento y criterio. Nos deberían formar para adquirir el equilibrio de confianza y desconfianza correcto para cada tema, y en función del momento.
En relación a este tema de la confianza, Internet parece envolverlo todo en la sociedad actual ¿Cuáles son sus peligros?
La beatería digital. Pensar que los problemas culturales, políticos o sociales se resuelven con una tecnología. Es un medio potentísimo y estructurante de la sociedad, pero solo un medio, es como creer que con la invención de los coches se han acabado los problemas migratorios de la sociedad, son dos cosas de naturaleza completamente distinta.
Entonces, ¿qué actitud debemos tomar ante Internet?
Internet es un instrumento maravilloso que ha transformado incluso la manera de investigar, pero es más un bazar que un ágora. El tipo de lectura en Internet es peripatética, un poco frívola, apasionante y curiosa, que nos lleva de un sitio a otro sin ningún control. Un ejemplo: si entras en una página de Internet y encuentras un texto largo donde aparece un personaje hablando de una magdalena en un desayuno, seguro que cambias de página, y con esa decisión has dejado pasar En busca del tiempo perdido. Los libros, al contrario que Internet, son un agente disciplinador de la atención. Si te fías de Proust y empiezas su novela, te va llevando, a veces, por sitios aburridos, pero si resistes, descubres una descripción de la psique humana apasionante. La lectura de Internet es una lectura impaciente, en cuanto no nos engancha, saltamos a otro sitio. A mí me gustaría tener ambas cosas, no perder esa capacidad disciplinadora de la lectura, casi sumisa, pero tampoco perder esas ventanas abiertas que son Internet. Esto también es labor de la educación.
¿Cree que la escuela está cumpliendo esta función?
Vivimos en sociedades domésticas, y en entornos y barrios muy homogéneos, rodeados de gente parecida a nosotros. Además, vamos hacia un sistema dual, en el que lo privado es muy privado y muy diferente de lo público. Esta tendencia a la redundancia, mayoritaria en la sociedad, nos está haciendo peores y menos inteligentes. Antes, por la propia estructura social, la escuela, sobre todo la pública, era un lugar donde se juntaba gente dispar y donde el aprendizaje de lo que es la diversidad era muy fácil.
¿Y ya no cree que sea así?
Ahora, la escuela, que es el primer lugar de aprendizaje de la diversidad, no está cumpliendo bien esta función, fundamentalmente por motivaciones políticas. Hoy, con la guetización, sectorialización y fragmentación de la sociedad, o uno busca lo contrario o distinto de sí o puede no encontrarlo nunca y pensar que todo el mundo es fan del Atlético de Bilbao, o incluso que es tan raro que no le gusta el fútbol (gran carcajada).
Usted dirige el Instituto de Gobernanza Democrática, ¿cree que el alumnado sale de la educación obligatoria con una idea precisa de lo que es la democracia compleja actual?
Nosotros en casa, con nuestros hijos, hablamos mucho de política y de actualidad. Me suelo reír cuando mi hijo pequeño, Jon, de 11 años, me dice que le llaman “el político” porque tiene opinión sobre las cosas. Y por lo que me cuentan, sus compañeros no suelen tener una opinión fundada sobre la mayoría de los temas. Hay una gran ignorancia, no culpable, acerca de nuestros principales problemas políticos, y tenemos un discurso público, en los medios, muy simplificador.
¿Quizás se debe a que, basándose en la neutralidad, se ha renegado de la reflexión y la formación democrática y política en la escuela?
Cuando hace algunos años se discutía acerca de Educación para la Ciudadanía, pensaba que era una de las materias fundamentales. Desgraciadamente, ahora mismo, politizar algo es un estigma, es hacerlo partidario o sectario; pero politizar, en su sentido más puro, es someter algo a pública discusión. Lo que antes estaba en manos de los expertos, los autoritarios o los sacerdotes, lo ponemos en manos de la libre discusión y decisión de la gente. Yendo a una idea básica, en el mundo actual estamos poniendo patas arriba la autoridad.
¿Y qué le parece?
Recuerdo a un profesor de Oxford que nos decía que cuando alguien habla de crisis de valores, está pensando en lo caro que es el servicio doméstico. Yo digo que cuando alguien habla de crisis de autoridad, en lo que está pensando es en que ya no nos tratan de usted ni se ponen de pie cuando entramos en clase. Eso son bobadas. Autoridad es algo más radical: quién tiene competencia para decidir y conforme a qué criterios. Los padres tenemos dificultades porque vivimos en un mundo completamente distinto y porque la sociedad se ha horizontalizado. Cuando yo hice las oposiciones a catedrático, nadie me dijo que los alumnos me iban a evaluar, eraalgo inconcebible. Las cosas han cambiado mucho y es mejor así.
http://www.danielinnerarity.es/
Un nómada del conocimiento
Su tatarabuelo James nació en EEUU, su familia era escocesa, vivió en España y murió en Francia. En cada uno de esos sitios le fueron cambiando el nombre, en
España era Santiago y en su certificado de defunción consta como Jacques Innerarity. Fue uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza y, según
parece, el toque británico de esta institución procede de su relación con Francisco Giner de los Ríos, a quién enseñó inglés.
Daniel Innerarity, nacido en Bilbao en 1959, no ha cambiado de residencia por razones políticas e históricas, sino porque se considera un “nómada del conocimiento”
y ha heredado el espíritu liberal de aquella institución. En busca del conocimiento ha “emigrado” a Alemania, Francia, Italia, Suiza, Inglaterra, como estudiante,
profesor o investigador, con regresos permanentes a España. Aquí ejerce como catedrático de filosofía e investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco y es
el director de su Instituto de Gobernanza Democrática.
Es colaborador habitual en los diarios El País y El Correo, así como de la revista Claves de razón práctica.
Su cadena de premios en el ámbito del ensayo es interminable: el Miguel de Unamuno, en 2002 y el Nacional en 2003, por La transformación de la política; el Espasa
de Ensayo en 2004, por La sociedad invisible; el de Humanidades de la Sociedad de Estudios Vasco‐Eusko Ikaskuntza, en 2008; el premio al mejor libro de filosofía en
lengua francesa, en 2011, por Ética de la hospitalidad; el Euskadi de Ensayo por La democracia del conocimiento, en 2012. La mayor parte de sus libros han sido
traducidos en Francia, Inglaterra, Portugal, EEUU, Italia y Canadá. Ha sido considerado por la revista Le Nouvel Observateur como uno de los 25 pensadores más
importantes del mundo.
Acercarse a la filosofía y a los libros de ensayo filosófico no suele ser cómodo, pero la fácil legibilidad y la actualidad de los temas objeto de sus reflexiones ha
permitido un mayor acercamiento de sus trabajos a la sociedad. Nada de lo que ocurre le es ajeno, y sus preocupaciones abarcan el futuro, Internet, el
conocimiento, la democracia, Europa o la cocina, sobre cuyo tema ha publicado un libro con el cocinero vasco Aduriz, un cinco estrellas Michelin.
Se muestra muy satisfecho de sus dos hijos, de 11 y 13 años, ávidos lectores, que le han acompañado en este proceso nómada y que se han empapado también de la
diversidad del mundo y de sus sistemas educativos. En su casa, cerca de Pamplona, el filósofo no tiene un lugar aislado para pensar, trabaja en una gran mesa, en la
que también tienen su espacio su mujer y sus hijos, al lado de un inmenso ventanal con vistas a la llanada y a las montañas navarras.