El día más caluroso de todo el verano estaba llegando a su fin y en un pequeño pueblo cerca de Gerona, sus habitantes se refugiaban en sus idénticas casas adosadas, todas, con aire acondicionado.
Yo me encontraba echada sobre una vieja tumbona, de un blanco más bien amarillento, en el jardín de detrás de mi casa, la número seis de una calle donde llegaban a la doscientos y mucho. Era una casita color naranja, a causa de que ése era el color de los ladrillos, tenía el tejado de color oscuro, que resaltaba sobre las paredes, y se encontraba cerca de las afueras del pueblecito. Yo estaba enfrascada leyendo un libro marrón sobre vampiros, monstruos, magos, brujas y otras muchas cosas por el estilo. Era de la biblioteca y lo sostenía con sumo cuidado sobre mis manos para que no pudiera sufrir daño alguno, pues a pesar de que ya me había leído todos los libros sobre fantasía que me gustaban, quería poder volver a coger otro libro si así lo deseaba. Mis brillantes ojos color miel estaban absortos por los últimos capítulos del libro, y mientras, mis cabellos dorados caían sobre mis hombros haciéndome cosquillas sobre ellos y en el cuello. Estaba leyendo este libro en el fondo del jardín que mis padres cuidaban con tanto mimo como si de sus hijos se tratara. Me escondía allí con tal de que mi familia no me pudiera ver, ya que me tenían terminantemente prohibido pisarlo. Me habían impedido también leer cosas de fantasía, y más ahora que sabían que estaba en época de exámenes. Sabía que no debía estar allí pero por el contrario, en algún otro lugar, me hubieran regañado por leer sobre eso.De repente los aspersores se encendieron pero yo, concentrada como estaba, no me di ni cuenta, hasta que los grandes goterones empezaron a desteñir las letras y unos largos ríos de tinta negra cayeron hacia abajo dejando la página totalmente ilegible.- ¡Oh! ¡Mierda, mierda! ¡Ahora que estaba tan tranquila leyendo ya han tenido que estropearlo! –procuré no gritar demasiado para no llamar la atención de mi familia.Me irritaba que alguien me sacara de la lectura ya que era una de las pocas cosas con las que realmente me sentía bien. Siempre me había sentido un bicho raro y las cosas que me gustaba hacer no eran ni mucho menos las de una chica de catorce años; por ello, la gente solía pensar que era mucho más madura. Leer era una de mis grandes pasiones. Cuando me gustaba realmente un libro no podía dejarlo. Sentía pena por los protagonistas. A veces me imaginaba que los abandonaba a su suerte o simplemente que su historia se quedaba congelada hasta que yo decidiera reanudar la aventura con ellos. No me gustaba nada eso de dejarlos así, por lo que prefería no hacerlo y empleaba la mayor parte de mi tiempo en leer. Tenía mucha imaginación, eso lo tenía clarísimo, y no era un inconveniente, todo lo contrario, porque me ayudaba a huir de un mundo en el que no me sentía bien. Siempre había soñado con viajar a otro planeta y vivir allí para siempre. Aunque sabía que no era posible, lo había deseado desde que tenía uso de razón.Me levanté mientras mi piel se llenaba de gotas de agua fría. Me apresuré tanto en correr hacia el porche, para refugiarme, que olvidé el pesado libro marrón, abierto por la negra página, tirado en la tumbona.Cuando llegué a cubierto, una chica de unos quince años y apenas unos pocos centímetros por debajo que yo, estaba parada ante mí. Me miraba con sus ojos azul intenso haciendo correr sus dedos entre su sedoso pelo imitando mi manía, ya que yo siempre lo hacía cuando me ponía nerviosa o me ruborizaba.No había duda, era mi hermana acusica Alice. Tan sólo era un año mayor que yo pero persistentemente me trataba con una superioridad y una prepotencia como si yo tuviera tres años. Además, tenía unas rabietas propias de una niña de cinco años y envidiaba cualquier cosa, aunque lo disimulaba diciendo lo contrario. Ejercía en mis padres unas ganas irrefrenables de regañarme a cualquier hora del día y por motivos insignificantes que ella inventaba para hacerme quedar mal. Vivir con ella era un suplicio. Pero ella era mi hermana, y tenía el control. Así que debía aguantarla.Clavé mis ojos en los suyos desafiándola ahora que no estaban mis padres, y me percaté de que sus labios se curvaban para dar paso a una sonrisita burlona.- Vaya, vaya, vaya –empezó–. Así que la pequeña Ania Logan ha decidido romper las reglas y ha estado otra vez –puso mucho énfasis en estas dos palabras– en el preciado jardincito de papá, sabiendo que cuando se entere, y créeme que lo hará, no le va a gustar ni un pelo.Acababa de amenazarme, lo que más le gustaba hacer. Y se le daba bien porque siempre conseguía ponerme entre la espada y la pared. Y aunque yo intentaba no echarme atrás, a menudo tenía que hacerlo. De esa manera me demostraba que era un poco más madura que ella.- No, Alice, por favor –le susurré poniendo ojos de inocente con la intención de que no contara nada-. ¡Por favor! Anda, déjame pasar. Porfa.- A ver que me lo piense… Aquella sonrisa burlona no había desaparecido sino que se había extendido por toda su cara, me tenía donde quería y yo, que no quería discutir con mi padre, estaba cediendo ante ella. No me dijo nada más.- ¡No! –grité.Pero mi hermana se escabulló hacia el interior y se dirigió a mi padre. Desde fuera, helada como estaba y con tanto miedo como tenía en ese momento como para hacer nada, pude escuchar cómo Alice se chivaba de mi infracción.- ¡Papá! ¡Ania ha estado otra vez leyendo en el jardín de detrás! –eso fue exactamente lo que dijo seguido de una risotada.Seguidamente oí el rugido de mi padre desde la cocina. El grito, lleno de rabia, me dejó atemorizada en el porche sin saber qué hacer. Pensé en huir, pero eso sólo iba a empeorar las cosas. Lo mejor era afrontar esa situación como una persona adulta. Sabía que había transgredido dos normas importantes a la vez, y se me iba a caer el pelo por ello. – ¡Ania! ¡Ven, rápido! ¿Qué hacías leyendo en mi jardín? –Roger Logan salió de la casa caminando con paso decidido hacia donde yo me encontraba–. Al menos dime que no estabas leyendo nada de tonterías sobre seres mágicos, que tanto te gustan y que son tan inútiles, ¿verdad?- Humm… no, claro que no… –me apresuré a responder. No sabía cómo iba a librarme de aquella embarazosa situación, pero añadí– de verdad que no papá.Por un momento me arrepentí de no haber cogido el libro que tenía encima de mi cama y que se suponía que era el que debía de estar leyendo ya que pronto tendría un examen y tenía que estudiar. Deseé haberlo cogido. Sentí la mirada de mi padre clavada en mí, era evidente que no se creía mis palabras y que estaba deseoso de tener una excusa para poder hacer caso a su otra hija, y regañarme.En cuanto se apagaron los aspersores mi padre se adentró en su jardín con mucho cuidado de no pisar ninguna de las pequeñas plantas que hacía poco había plantado. Fue a buscar el libro.- Veamos. ¡Sígueme!Yo estaba cada vez más anhelante de haber estado estudiando como debería de haber hecho, tenía cada vez más miedo porque a cada paso que dábamos me acercaba más a un duro castigo por haber pisado su jardín, por haber estado fantaseando con mis libros y no haber estado estudiando y por haberle mentido. Las cosas iban de mal en peor y no veía la manera de librarme de un castigo seguro. Estaba pasando un mal trago por culpa de no hacer lo que tocaba. Si hubiera estado estudiando, como debía, no me hubiera puesto a leer sobre seres fantásticos, a quienes tanto odiaban mi familia, no habría tenido que esconderme para leer y por consiguiente no habría mentido a mi padre ni pisado su jardín.Papá llegó junto al libro y lo examinó, entretanto yo ya estaba pensado qué excusa iba a ponerle para explicar lo sucedido. No se me ocurría ninguna, así que esperé a que él empezara. Cerré los ojos y volví a arrepentirme de lo del libro del colegio. Pronto empezaría el sermón y llegaría el castigo. Esperé a oír su voz grave gritándome y me preparé para no quedarme sorda, pero de pronto no pude escuchar nada. Acerqué la mano a mi oreja y comprobé que unos tapones de color azul, los que exactamente había imaginado que me iban a proteger de sus gritos, estaban en mis oídos impidiéndome escuchar. Miré a Roger y vi su rostro complacido, al contrario de lo que yo esperaba. Entonces, con disimulo, me quité los tapones que llevaba puestos para escuchar lo que me decía.Roger habló con un tono tranquilo y sin gritar.- Ania… -yo ya me temía lo peor–. ¡Qué contento estoy de que me hicieras caso y estuvieras estudiando! Ya verás como esto se notará en los resultados.- ¡Ah! -me había quedado atónita, no sabía a qué se refería mi padre así que le pregunté- ¿Papá, me dejas ver el libro? Es que con el agua no sé cómo habrá quedado y no creo que pueda seguir estudiando después de esto –sabía que estaba mintiendo mucho pero no quería cargármela.Papa me entregó el libro y observé con asombro que estaba sujetando el libro del colegio que debía de haber estado leyendo en vez del libro marrón. Estaba muy sorprendida y mi padre lo interpretó como si me diera pena la manera como había acabado mi libro, así que para calmarme añadió:- Tranquila hija, no pasa nada, cualquiera puede tener un despiste. ¡Mañana iremos a la tienda y compraremos otro! Y como me alegra tanto que estudies, te perdono por haber pisado mi jardín, ¿vale? Pero no lo vuelvas a hacer –y dicho esto, se dio la vuelta y se dirigió al pequeño saloncito a sentarse delante del televisor.Subí de dos en dos las escaleras que conducían a mi habitación, muy extrañada y con ganas de ver lo que le había pasado al libro marrón. Al llegar cerré la puerta con mucho cuidado para que nadie pudiera oírlo y eché un vistazo encima de la cama. Donde hacía una escasa media hora se hallaba el libro que mi padre había encontrado en el jardín, ahora estaba el libro de la biblioteca. Intacto y nuevo como estaba antes el del instituto. En ese momento decidí que al día siguiente sería una buena ocasión para hacer una visita a mi hermana, la recepcionista de la biblioteca. Le devolvería el marrón y podría coger otro, aunque ya me los había leído todos. Guardé el libro marrón bajo el colchón –siempre metía allí mis libros secretos– y bajé a la cocina a cenar. Cené rápido. Una vez hube terminado, recogí la mesa en un instante y me deslicé escaleras arriba. Tenía que terminar el libro si quería devolverlo. El que sostenía, era uno de los libros que más me habían gustado. Tenía explicaciones y dibujos de todo tipo de criaturas fantásticas; los que más me habían llamado la atención, unos seres enanos llamados Tigritis. Al parecer tenían forma de seta y eran muy graciosos. Me encantaría conocer alguno, algún día, pensé. Guardé el libro, apagué la luz y me dormí.
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